miércoles, 25 de marzo de 2009

MIS 50 TOP ENSAYISTAS DE CRÍTICA LITERARIA

MIS 50 TOP ENSAYISTAS DE CRÍTICA LITERARIA
1. Edmund Wilson
2. André Gide
3. Charles Augustin de Sainte-Beuve
4. Charles Baudelaire
5. Gustave Flaubert
6. Walter Benjamin
7. Jorge Luis Borges
8. G. K. Chesterton
9. Gore Vidal
10. Paul Valéry
11. Hyppolite Taine
12. T. S. Eliot
13. H. L. Mencken
14. Jean-Paul Sartre
15. Roland Barthes
16. Mario Praz
17. W. H. Auden
18. D. H. Lawrence
19. Albert Thibaudet
20. Malcolm Cowley
21. Van Wyck Brooks
22. Cyrill Connolly
23. Xavier Villaurrutia
24. José Gorostiza
25. Jorge Cuesta
26. Pier Paolo Pasolini
27. Paul Léautaud
28. Marcelino Menéndez y Pelayo
29. Ramón Méndez Pidal
30. Alfonso Reyes
31. Octavio Paz
32. Antonio Alatorre
33. José Lezama Lima
34. Alejo Carpentier
35. Luis Cardoza y Aragón
36. Virginia Woolf
37. Susan Sontag
38. George Steiner
39. Harold Bloom
40. Claudio Magris
41. Maurice Blanchot
42. José Emilio Pacheco
43. Gabriel Zaid
44. Jean Franco
45. Georg Lukacs
46. Jacques Rivière
47. André Suarès
48. Charles du Bos
49. Lionel Trilling
50. George Saintsbury

sábado, 21 de marzo de 2009

ILYA DE GORTARI (1951-2007)


Desde España, Balam de Gortari me solicitó una semblanza de su padre para una página web a su memoria; escribí esto:


ILYA DE GORTARI (1951-2007)

Por José Joaquín Blanco

Desde jovencito, adolescente, Ilya de Gortari (1951-2007) vivió el arte y la promoción cultural como una expansión natural y entusiasta.
En parte por inclinación propia, en parte estimulados por una familia y un grupo de amigos con esos intereses, los gemelos Ilya y Yuri, de quienes fui compañero en la Secundaria 3 “Héroes de Chapultepec” allá por 1966, desde chamaquillos se andaban inmiscuyendo en filmaciones, grabaciones, sesiones de fotografía, reuniones bohemias guitarra en mano, discusiones literarias y librescas.
De modo que podría decir que a Ilya siempre lo conocí artista y siempre lo vi urdiendo alguna conjura cultural.
Volvimos a coincidir en la preparatoria San Ildefonso. No sé por qué lo recuerdo como algo inclinado a las ciencias, mientras su hermano yo nos dirigíamos hacia las humanidades. Eran los años sesenta de todas las rebeldías y de todos los snobismos; de las tropas bohemias en la Zona Rosa y la “pequeña muchedumbre” –al fin y al cabo, se daba abasto un solo cine, el Roble, en Reforma, cerca del monumento a Cuauhtémoc, en una sola tarde-noche por película- cuyo centro anual de cultura eran las dos o tres semanas de la Reseña Cinematográfica, donde fulguraba la nouvelle vague francesa.
Sabíamos que Ilya dibujaba y pintaba muy bien (siempre andaba garabateando algo), pero no parecía inclinarse más por las artes plásticas que por la antropología, las artesanías, la música, la arquitectura, el diseño, cualquier cosa: su curiosidad no discriminaba rubros. Discutía sin descanso de todos los temas. Anduvimos arreglando y desarreglando el mundo trago en mano hasta el amanecer desde los quince hasta sus cincuenta y seis años.
Así también era su apariencia física, que del perfil Beatle de la secundariua avanzaba un día hacia los abrigos y sombreros del pop-op art de la reseña, o de plano hacia el hippismo oaxaqueño; sus gustos musicales, que lo mismo atinaban con las rancheras y los boleros que con el rock y el vasto espectro a gogó; su paladar siempre amistoso con los pulques, los tequilas y los platillos pueblerinos de México.
Aunque la edad le fue perfilando habilidades y experiencias, siempre encontré en el Ilya de los cincuenta y tantos años al mismo muchacho de dieciséis a diecinueve de la preparatoria de San Ildefonso y los cafetines de los alrededores, por las calles de República Argentina, Donceles y República del Brasil. Se hizo a sí mismo desde chamaquito. El resto de la palomilla no había acuñado sus modos y vocaciones con tales decisión y congruencia perdurables.
Ya estaba desde entonces su constante rebeldía, que alarmaba a quienes todavía no lo conocían y simplemente regocijaba a los habituados, por sus maneras estruendosas, sus grandes gritos, silbidos y carcajadas, su cultivo pintoresco de las palabrotas, su feroz independencia y su constante actitud de apoyar por sistema las causas más impopulares o perdidas.
Rebelde a las rutinas académicas, pronto se erigió en autodidacta contumaz; rebelde a las rutinas laborales, pronto se autoempleó como artesano (prendas de piel, como abrigos y sombreros), impresor, editor, cafetero… y hasta aprendiz de campesino…
En la Editorial Penélope alentó la nueva poesía mexicana –ahí surgieron o embarnecieron nombres que se volverían famosos-, los cómics modernos internacionales, los grupos de música más heterogéneos, el dibujo y la pintura; e incluso logró sacar a su costa el primer libro serio sobre la fotógrafa Lola Álvarez Bravo: Recuento fotográfico, con muchas fotos y textos.
Además de, en su momento, una de las empresas editoriales más independientes y atentas de la producción nueva, Editorial Penélope se fue constituyendo en un centro de actividad de varias artes y formas culturales que continuaría en Editorial Quinqué, en el café-bar Las Hormigas de La Casa del Poeta y en los dos locales de El Café de Nadie. Ahí, en todas esas empresas, se alentaron las tocadas y las cantadas, las exposiciones de arte reciente e incluso se formaron grupos de autodidactas de la pintura, con sesiones de nudismo y tequilismo mitológicos.
Por lo demás, a todas horas del día Ilya de Gortari era una especie de virtuoso y gurú de un arte que ya entonces estaba en decadencia: la conversación… Uno de los mayores encantos de sus empresas y promociones eran las conversaciones que Ilya puntuaba y estimulaba.
A primera vista, Ilya de Gortari parecía contradictorio: moderno y arcaico, sofisticado y rupestre, esotérico y sensato, rudo y dulcísimo, jovial y hosco, cultural y contracultural; en realidad, no era contradictorio porque, en principio, no creía en las exclusiones y muchas cosas le interesaban mucho.
Eso le permitió ser amigo, promotor y, en cierta manera, un centro de reunión y contacto de las personas y tribus más heterogéneas.
Se abocaba al arte ajeno como si fuera propio con totales entusiasmo y desinterés. Todo ello durante mucho tiempo, desde principios de los años ochenta, en el edificio de Penélope de la colonia Country Club, hasta los locales de Las Hormigas y los dos Café de Nadie de la colonia Roma.
A partir de los años ochenta, sin ocultarse pero sin exhibirse, guardando un perfil discreto, fue dedicando cada vez más sus horas libres a la pintura.
Dibujos decididos de frecuente vocación erótica. Continuos homenajes a la mujer, con más rasgos que color, con más fuerza que paisaje. En esos dibujos busca atisbar realidades apasionadas a través de fragmentos mínimos, de rincones, de perspectivas, de encuadres. El erotismo esplendía en un rasgo, en un botón, en una sombra, en una textura como aforismos orientales del paraíso de los cuerpos.
Dibujó y pintó mucho y fue reconocido en varias exposiciones, algunas muy originales en su momento, como cuando colgó buena parte de su obra en un andén del metro Auditorio, ante el azoro, el regocijo y algo de escándalo de ora sí que millones de espectadores: los usuarios del metro.
Fue un hombre sumamente amoroso con sus amigos, con los amigos más heterogéneos, que solían sumar multitudes: recuerdo alguna fiesta “íntima” con docenas de esos amigos: prácticamente los comensales se desbordaban, como en cómic, por las ventanas y la azotea del departamentito de la calle Álvaro Obregón. No faltaba ningún exotismo ni ninguna antigüedad, lo mismo los instalacionistas más supersónicos que un grupo de concheros exuberantemente ataviados de Quetzalcóatl-Superstars, haciendo conjuros de copal a los cuatro puntos cardinales.
Fue muy importante en la obra y sobre todo en la vida de mucha gente. De alguna manera actuaba a ratos como una especie de patriarca bíblico que a todo mundo ofrecía amparo, estímulo y consejo. Para algunos incluso fungía como una especie de Papá Ilya.
Siempre lo consideré, como a Yuri, más que un amigo; y lo frecuenté más que a un hermano. Fue alguien que siempre estuvo a mi lado durante casi cuarenta años. Tenía el signo de la fuerza y del apoyo, del entusiasmo y de la crítica.
Pero sobre todo tuvo el arrojo de la alegría y del placer de la vida. Vivió como quiso y gozó todos sus días, aun en circunstancias difíciles, a las que lograba encontrarles la diversión y el regocijo, la floración y el fruto. Ilya siempre fue pura vida.
Todos los momentos de su vida tuvieron plenitud, disfrute y sentido.
El recuerdo de sus amigos, por ello, no sólo es melancólico, sino entusiasta y regocijado, afirmativo y amoroso. Y desde luego, agradecido: hizo arte y cultura no sólo en sus propias obras; su inspiración, su fuerza, su apoyo asoman en la obra de muchos músicos, escritores, artistas plásticos.
También amó a su público, a sus parroquianos, como les decía, y que encontraban en sus cafés, bares, cocteles, eventos, reuniones, tocadas, un espacio estimulante y acogedor en aquellos años que la Ciudad de México se desgarraba. Ambos locales del Café de Nadie estuvieron rodeados de pavorosas ruinas del temblor de 1985. Y ahí se tocaba, se cantaba, se hablaba de pintura y de poesía con entusiasmo y calidez.

sábado, 14 de marzo de 2009

SILVESTRE REVUELTAS POR SÍ MISMO


SILVESTRE REVUELTAS POR SÍ MISMO
por José Joaquín Blanco



La política de indiferencia y ninguneo que en general se ha seguido, en vida y durante el medio siglo posterior, contra la música de Silvestre Revueltas, también afectó su figura; se le fabricó una mitología de excentricidad, bohemia y carácter imposible, que complementaban el olvido y el desdén por su música.

Demasiado tarde y demasiado lentamente, como puede observarse en la discografía de Eduardo Contreras Soto, se ha revalorado su obra. El volumen misceláneo Silvestre Revueltas por él mismo (ERA), recopilado por su hermana Rosaura, viene ahora --a medio siglo de su muerte-- a revelarnos una de las reflexiones más lúcidas, apasionadas y radicales sobre la cultura del México moderno, tanto más valiosa cuanto que este género de literatura es insólito en nuestro país, tan abundante por el contrario en apologías propias y en festinamientos de ocasión. No hay muchas obras que nos muestren, por así decirlo, la crónica del impacto artístico serio en la personalidad, en la vida, en las relaciones sociales, aun en la intimidad, de quien se decide frontal y valientemente por el arte y la cultura, en un país que parece tenerlo todo para impedirlo.

Sólo con rubor, con mucho rubor, podremos seguir festejando lo que hemos dado en llamar el "renacimiento cultural de México", "la cultura nacionalista moderna" y hasta "la cultura de la revolución mexicana", frente a documentos como éste, que muestran la actitud real del poder --y aquí ni siquiera hablamos todavía del alemanismo, sino de las épocas de Calles y Cárdenas--, de las instituciones culturales, de los periódicos, academias y conservatorios, de los próceres letrados, de la clase adinerada y de los sectores medios.

Compuesto en gran parte por papeles íntimos, que con gran valentía ha ofrecido su familia, y por algunos artículos, reflexiones y textos diversos, Silvestre Revueltas por el mismo gira, entre otras, en especial en torno a tres reflexiones: la dificultad de crear arte en México, la dificultad del artista dentro de la sociedad y de la cultura burguesas, la dificultad de ser libre en un mundo como construido a prueba de libertades.

Hay que señalar de antemano algunos momentos especiales del volumen, que sin duda dejarán profunda huella en la cultura mexicana, ahora que circulan abierta y aptamente: su crítica de la falsa cultura letrada y musical mexicana (los pretendidos sabios y genios a la europea en el país atrasado, que resultó que nada sabían, y que la Cultura enmayusculada de la que presumían y en la que apoyaban sus privilegios, no era sino una sarta provinciana de prejuicios, bien aderazada de servilismo y mala fe); su apasionada introspección amorosa: pocas historias de amor se han expresado más franca y enfebrecidamente, con enfebrecimientos que llegan a la tortura mental y emotiva, y sobre todo a momentos de plenitud y entrega, que la de la correspondencia de Silvestre Revueltas con su esposa; su crónica europea en la época de la guerra de España, y finalmente un texto casi inverosímil, maravilloso: su crónica de su convivencia con los locos --las locas, las locas de Cristo, las locas del Ave María-- durante aun tratamiento antialcohólico casi al final de su vida.

"¿Por qué has derramado la vida? ¿Por qué/ has vertido/ en cada copa tu sangre? ¿Por qué/ has buscado/ como un ángel ciego, golpeándose contra las puertas oscuras?", se pregunta Pablo Neruda en "A Silvestre Revueltas, de México, en su Muerte. (Oratorio menor)". Quizás no falten respuestas románticas sobre el trágico destino del talento rebelde en sociedades y situaciones que no los soportan, pero Revueltas tenía respuestas más concretas sobre "la situación económica y social de los trabajadores de la música", que los iban forzando a varias salidas desastrosas: "Equilibristas en la cuerda floja de su vanidad, dice, fácilmente vulnerables, de una enfermiza susceptibilidad, bailan desamparados teniendo a un lado el desaliento irrazonado y cobarde y a otro la rebeldía histérica e inútil. Es pues difícil manejar material tan frágil, tan poco resistente", obligado "desde tiempo inmemorial (a) solazar, entretener, endulzar con su profesión, la vida del amo, del poderoso: la sumisión complacida ante el halago y la rebeldía impotente de quienes son esclavos de la vanidad y de su miedo", o bien a rebelarse: "nos embriagamos de gritos teatrales, de actitudes desmesuradas. Puerilmente jugamos a la revolución con soldaditos de plomo. Y el hombre a quien servimos, sonríe benévolamente. El nos deja jugar. Es bueno. Y bajo su sonrisa aprieta su desprecio".

Conocemos la difícil lucha de los músicos modernos en Europa y los Estados Unidos, pero resulta casi imposible imaginar la que se dio en el México de la primera mitad de siglo, contra instituciones y sectores harto más ignorantes y poderosos, a quienes la música desde luego no importaba nada, ni siquiera sabían escucharla ni ejecutarla con propiedad, y se atenían a los más desvencijados prestigios del pasado como un mero atavismo de clase, de elegancia, de estrato poderoso, como si la música fuera vestidos o licores importados: "la burguesía intelectual semiletrada, como la llama Lombardo Toledano", gustosa de una "música hecha a base de diminutivos empalagosos"; los burócratas a quienes, dice Silvestre, "veo ir orondos y felices. Yo los veo amplificar su sonrisa por los patios, los salones y los corredores de los ministerios. Van presurosos, cargados de cartapacios. En sus cartapacios llevan nombramientos, órdenes, ceses; toda una maquinaria espeluznante y omnipotente... Yo me pregunto: ¿qué misterio insólito se encuentra oculto en los corredores de los ministerios, en los despachos ministeriales, en las estaciones de radio, en las oficinas cómodas y relucientes? ¿Qué poder mágico tienen estos orondos explotadores, inflados de vanidad, prosopopéyicos y habladores?... Ah, ¡ya sé! Esa horda tiene el poder..."

Una horda que no dejaba en paz a Beethoven, con el que anestesiaba al público "un año sí y otro también", con orquestas totalmente improvisadas, para resumirlas en ramplonas "ejecuciones espantables pero muy del agrado del adormecido auditorio... (habituado a) una lluvia de recitales de canto, de violín, de arpa, de arias, de romanzas, de óperas más viejas y vulgares que un Arco de Triunfo o un plato de lentejas, que les servían a diario --¡todavía!-- las academias particulares y el mismo conservatorio..."

Frente a tal panorama, no quedaban posiciones cómodas o razonables --lo cómodo y razonable consistía casi exclusivamente en hacerse banquero, comerciante o diputado o en irse del país--, sino arranques desaforados. Revueltas convoca a los jóvenes a mantener sus sueños y quemar sus pianos, antes que reducirse a la atroz lección predominante y a los maestros e instituciones que matan al artista "con la peor muerte: la del inválido".

Ese quemar los pianos significa, entre otras cosas, empezar a tocarlos debidamente; frente al triunfalismo de la época, que a través de la prensa o de las instituciones, con el apoyo del poder o del dinero, inventaba genios y conciertos maravillosos donde no había sino "Blof, blof, blof", se hace necesario el rigor profesional: "No hay más que dos caminos en el arte: o se hace uno virtuoso o se hace uno payaso. Digo virtuoso en el sentido de dominar su técnica y su profesión. Eso cuesta mucho trabajo; es duro. Digo payaso en el sentido de perder todo escrúpúlo profesional. Eso sería relativamente fácil para algunos, y hasta puede producir dinero. ¡A escoger!".

Los textos más privados del volumen conservan tal beligerancia crítica pero en un tono diferente, en el que priva el sentido del humor. Un sentido del humor tal vez irónico y triste, pero que muestra una mente perfectamente organizada y capaz de resistir los filos de la realidad.

Hay de pronto en él apuntes solemnes de profeta hostigador, aforismos y reflexiones de enorme dureza: "La soledad está poblada de gentes que aúllan, gritan, gesticulan", "Dios se ha vuelto una Virgen de carne poderosa y fuerte, y alegre"; "¿Por qué un artista, un creador ha de sufrir hambres y miserias? Aquí descansa, entre nosotros, el secreto del fracaso de la cultura de México como pueblo. Somos un país de descamisados y de zánganos. Se desprecia al música, al pintor, al poeta, por considerarlos como a los bufones que cabriolean en los banquetes de los burócratas. Pero es que se les hace bufones por la fuerza del hambre. Aunque muchos nos rebelemos, la rebeldía es la soledad, la soledad infecunda, el abandono, la miseria!".

Que Silvestre Revueltas haya logrado otro tipo de rebeldía, la fecunda de su obra musical, elaborada casi toda ella en los treintas, y de sus apuntes de conciencia, no hace sino enfatizar el gran problema de la cultura mexicana de su tiempo, que sigue vigente, más allá de ideologías, partidos, borracheras, bohemias y episodios anecdóticos. La obra importante, seria, noble se vuelve casi imposible; y cuando alguien puede hacerla, no es sino pagando un precio exorbitante en su felicidad, en su tranquilidad, en su salud, en su estabilidad emocional y nerviosa. En desesperación, pues, al borde de alguna madrugada fría y final.

Aunque no debemos perder de vista la importancia de una voz franca y claridosa que pone el dedo en la llaga, sin duda la riqueza, el fuego del libro está en sus altos sueños. Muchos de los cuales sí se realizaron, pese a todo.

En Madrid, cuando viajó a la República Española como secretario de la LEAR, dirigió a verdaderos músicos; tocaron sus propias obras: "Han tocado Janitzio como jamás la había oído. En el tiempo lento llegé a sentir los ojos humedecidos. ¡Cómo recordé la tarde aquella, allá en Pino Suárez, cuando la escribí! ¿Te acuerdas?", le escribe a su esposa. "Entonces, en aquel momento, te sentía más lejos que ahora, y estabas delante de mí, pero mi alma sentía el inmenso desconsuelo de tu distancia. No, tú no puedes recordarlo, no te diste cuenta. Nunca tal vez me vi más irremediablemente triste, más distante, más desamparado de tu amor. Tú estabas ausente. Después en la noche, mi exaltación por haber compuesto ese trozo; ya entonces mi orgullo, quizá mi vanidad de creador. De eso sí te acordarás, eso era más concreto: bebí desesperadamente, con una alegría inconmensurable, con un dolor por encima de tu miseria y de la mía". (1990).

***

Paul Bowles y Silvestre Revueltas.- El narrador y comppositor Paul Bowles (cuya autobiografía Without stopping ha sido publicada en castellano recientemente por Grijalbo, Sin descanso) visitó México varias veces en los años treinta y cuarenta. La primera ocasión pudo tratar a Silvestre Revueltas, gracias a una recomendación del común amigo Aaron Copland. Revueltas era profesor del Conservatorio Nacional y estaba en su mejor momento.

Bowles lo recuerda como una de las personas más cálidas que jamás llegó a conocer, "con sus brazos siempre abiertos", y a él debió el descubrir a García Lorca y a Nicolás Guillén. Revueltas llevó a Bowles al conservatorio e improvisó una orquesta para tocarle su Homenaje a García Lorca --que Bowles elogia como capaz de "conmover violentamente" y como dueño de una "luminosa textura"--, antes de conducirlo por todos los vericuetos de las cantinas capitalinas, más que hechas para impresionar al futuro autor de Tapiama y de Let it come down! (¡Qué caigan!), de tantas pesadillas nocturnas por barriadas de miseria, prostitución, violencia, alcohol y hashish.

A través de la propia casa y del barrio céntricos de Silvestre Revueltas --que representaron el mayor grado de miseria que jamás había conocido Bowles, y eso que ya había pasado por Marruecos--: sin agua, sin drenaje, sin electricidad, sin pavimiento en las calles, y con casas a medias: "De hecho, no había lo que propiamente hablando se llaman muros, entre una vivienda y otra. Las divisiones se alzaban hasta unos 2 metros con 40 cenímetros y se detenían inconclusos. El alboroto de voces, radios, perros y bebés era infernal". En mitad de la paupérrima y hospitalaria vivienda destacaba el viejo piano de pie.

Para Christopher Sawyer-Lauçanno, autor de An Invisible Spectator. A Biography of Paul Bowles (Nueva York, The Ecco Press, 1989, pp. 175 y ss), "La visita a la casa de Revueltas dio a Paul Bowles mucho que pensar sobre Revueltas como la encarnación del artista quintaesenciado, que sacrificaba la vida al arte. Extraordinariamente apasionado de la música, de la poesía, de la vida y de la política, él era el creador consumado, que veía en la existencia misma la inspiración para el acto creativo, o como Bowles escribiría de Revueltas unos cuantos años después, 'uno tenía la sensación de un organismo que alcanzaba la completa expresión en la creación de un tipo de música que era una versión exacta y muy personal de la vida que lo rodeaba en su país".

En buena medida, como artista, como actitud frente a la vida y los mundos de la vitalidad, la miseria, la aventura riesgosa, Silvestre Revueltas fue un confesado modelo del compositor (diversas óperas, ballets, cantatas, conciertos, piezas de piano, música para teatro y cine, sonatas, conciertos, una danzas mexicanas y nada menos que dos huapangos --sic-- de 1939) y novelista norteamericano, ahora tan de moda en todo el mundo (The Sheltering Sky, The Delicate Pray, A Hundred Camels in the Courtyard, etcétera).

Aunque Bowles estimaba mucho más la comodidad y las oportunidades que daba el dinero, de lo que le pareció que lo hacía Silvestre Revueltas, "tomó de Revueltas el sentido, que ya nacía ne él,no sólo de la nocesidad de abrirse a una miríada de encuentros, sino también de la importancia de transformar aquella experiencia vivida en arte. Aunque no tan dispuesto al hedonismo que afectaba a Revueltas, Bowles estaba aprendiendo por entonces una manera de usar la energía de los hechos que lo rodeaban para crear. El legado de Revueltas es principalísimo en Bowles. Las composiciones que hizo en México estpan llenas de la realidad del lugar, como si fueran transcritas de un encuentro real. En el obituario que Bowles escribió sobre Revueltas en 1941, describió este talento; las palabras asimismo se aplican a mucha de la música de Bowles inspirada en México", dice Sawyer-Lauçanno.

Las palabras de Paul Bowles sobre Silvestre Revueltas: "Revueltas sabía para qué era la música y de qué se trataba... El representaba al verdadero compositor revolucionario que en su trabajo iba directamente a la cosa que quería decir, poniendo la menor atención posible a las medios de decirlo. Como musicalmente era un romántico, lo que quería decir era generalmente lograr un efecto, más que cualquier otra cosa. No hay esas preocupaciones con la forma o el establecimiento consciente de un estilo individual que hace de la música de Chávez un producto intelectual. Con el instinto del orador, Revueltas hacía sus efectos, bárbaros y sentimentales, después de los cuales el podría haber subrayado con tranquilo orgullo: He dicho".

Los escritos de Paul Bowles sobre Revueltas están en sus comentarios autobiográficos (Without Stopping) y en el ensayo "Sylvestre Revueltas" aparecido en la revista Modern Music (volumen 18, No. 1, Noviembre-diciembre 1940, pp. 12-13). La biografía de Sawyer-Lauçanno estudia asimismo la "época mexicana" de la música y de la literatura de Paul Bowles (n. 1910, y de otras influencias contemporáneas, como la de Miguel Covarruvias. (1990).