jueves, 15 de octubre de 2009

JOE ORTON


ORTON: COMO ASESINAR A TU COMPAÑERO

Por José Joaquín Blanco

Acaso la historia de amor más horrorosa imaginable entre la Intelligentsia de los años sesenta que protagonizó la Liberación Gay, sea la de los escritores británicos Joe Orton (1933-1967) y Kenneth Halliwell, altamente exitoso el primero y totalmente fracasado el segundo, quienes murieron en las primeras horas del 9 de agosto de 1967: Halliwell mató a martillazos a su amante (una relación de 16 años), en un arrebato de locura, aunque no sin premeditación ni sin sobradas señas y amenazas previas, y en seguida se suicidó con 22 pastillas de Nembutal. El asesino, el suicida, el fracasado Halliwell, unos 8 años mayor que la víctima, dejó un letrero en el escritorio: "Todo se aclarará si leen este diario".
El Diario de Orton se trata de una libreta que apenas se ocupa de los últimos ocho meses de la vida de ambos, y que fue escrito por sugerencia de su agente literario a fin de hacer negocio como pornografía y escándalo. Después de servir de evidencia para las investigaciones policiacas, se publicó en inglés en 1986 y dos años después en castellano, en una horrorosa versión de coloquialismos y barbarismos madrileños (Grijalbo).
No tiene mayor valor ni literario, ni pornográfico, ni ideológico: se trata simplemente de un desfogue narcisista de Orton, lleno de las más ingenuas y cursis autocomplacencias físicas ("'Oh, que polla tan grande tienes', dijo acariciándomela. Comprendí todo lo que se perdía en Marruecos por no hablar el idioma") y profesionales (la resignación condescendiente a ser contemporáneo de "señoritos clasemedieros" como Harold Pinter), con rápidas enumeraciones fornicatorias que no llegan a la pornografía, sino a una especie de facturación o censo de coitos callejeros y prostibularios, totalmente convencionales, y sin toques de humor o de mitificaciones que los rodearan de algún interés. Pero sí tiene un valor como "retrato de un matrimonio" gay de vanguardia: un retrato deprimente, aun sin su desenlace de nota roja, tanto más cuanto que el editor John Lahr considera que, en buena parte, también fue escrito para molestar a su atribulada pareja, que con toda certeza a escondidas iba leyendo diariamente los exhibicionismos verbales del éxito y la publicitada promiscuidad de su narcisista y arrogante compañero.
"Cuando Joe y Halliwell estaban juntos frente a otros se peleaban continuamente. Al principio se reían de ello contigo y los dos eran iguales. La verdad que ese día me entró un dolor de cabeza espantoso al cabo de hora y media. He conocido a parejas marrulleras que sabían muy bien cómo tenían que pelearse, pero nada parecido a ellos dos. Me sentía fatal. La claustrofobia de su habitación, sumada a la claustrofobia mortal de su matrimonio me resultaba insportable..." (Ward).
La historia empezó en 1951. El adolescente impreparado (expulsado del colegio) Joe Norton, de orígenes obreros muy pobres, conoce al muchacho clasemediero de unos 25 años Kenneth Halliwell, quien lo hace su amante y su protegido: lo lleva a vivir a su casa, lo mantiene y conforma todo el mundo de Joe Orton durante los siguientes 7 u 8 años, por lo menos. De hecho, Orton no empieza a ganar dinero propio como dramaturgo sino 11 años después de vivir con Halliwell, a fines de 1963, y muere en la casa que éste había comprado.
Ambos querían ser actores: ambos fracasaron. Halliwell ambicionaba, además, ser escritor: tenía una avanzada formación literaria, podía leer a los clásicos y a los modernos incluso en sus lenguas; se sentía un verdadero artista por temperamento, un rebelde, un moderno, un luchador de la libertad sexual y cultural de los nuevos tiempos: Joe Orton se embebió completamente de todo ello, al grado de llegar a colaborar como co-autor de Halliwell en novelas, sátiras, cuentos de todo tipo que quedaron inéditos. (Al principio, señala el editor y biógrafo de Orton, John Lahr, esa coautoría difícilmente significaba para Orton algo más que mecanografiar los dictados de Halliwell).
En realidad Halliwell fue, durante la mayor parte de esos 16 años, el del "talento" --al que se le "ocurrían" muchas cosas brillantes--, pero el incapaz de construir algo verbal, escénica o pictóricamente con él; sin embargo, cuando hay algún buen chiste, algún buen juego de palabras, alguna buena referencia en el Diario y en parte del teatro de Orton, ya sabemos de dónde viene.
Pero Orton tenía las verdaderas herramientas del ego artístico: la autoestima, el coraje, la ira, el rencor social, la intrepidez, la valentía civil, las ganas de hacer las cosas pese a todo y contra todo; también y principalmente, la disciplina artística: escribir, corregir, tachar, regresar, probar, volver; era el perfectamente capaz de construir obras brillantes y de tomar el material de donde se pudiera, como cualquier otro autor, aunque ese donde fuese a veces Halliwell.
El caso de Kenneth Halliwell es bien conocido por los profesores de literatura: el muchacho inteligente, trabajador y aun talentoso que no puede ser escritor, sencillamente porque lo quiere demasiado. Se ha elaborado tal mito, tal obsesión, tal angustia, tal importancia de la Literatura, que jamás consigue la mínima naturalidad imprescindible para escribir siquiera una página pasable. Su principal enemigo es su propia tensión, su propia ambición literarias.
Hay una descripción del fracaso de Kenneth Halliwell como actor, que se aplica también el literario: "Tenso, es lo primero que se te ocurre para definir a Halliwell. Estaba organizando su imagen tan enérgicamente, con tal fuerza, que nunca le vi tranquilo. No podía relajarse nunca..." (Marowitz).
"Halliwell era serio incluso de adolescente. Según se deduce de los comentarios de sus profesores cuando empezó a estudiar en la academia de arte dramático, la tensión de su actitud defensiva ya era patente en la tensión de su cuerpo, de su voz y de su personalidad. En el escenario era todo transpiración y nada de inspiración. Lo que se percibía en su interpretación no era firmeza sino timidez" (Lahr).
A Joe Orton le valía madres todo lo que Halliwell idolatraba. Orton tenía un Ego poderosísimo, alimentado por su rencor social (sin socialismo: como lo decía cínicamente, se trataba tan sólo de no olvidar que "Ellos" lo habían tenido "en el arroyo" durante su infancia y su juventud, hasta que lo rescató Halliwell) y por una lujuria obsesiva, que él mitologiza como fuerza colérica, ultraviril, lo-Unico-en-la-Vida, y mejor si se trata de adocenadas orgías instantáneas en bien apestosos urinarios públicos.
Orton pertenece a ese prototipo sesentero del joto-supermacho de jeans y escupitajos; a ese artista sesentero que no admira a ningún otro artista más que a sí mismo (ni a su propio arte, si no tuviera la certeza que es de él mismo). Pero tuvo una intuición genial: burlarse de toda la atmósfera literaria de Halliwell.
Hacer farsa de la tradición literaria inglesa --del estilo mandarín, del pito de Winston Churchill, del "mundo judeo-cristiano" (poniendo a copular a padres y a hijos)-- con un notable humor, por muchos calificado genial. Harold Pinter y Tennessee Williams apreciaron sus obras.
¿Se burlaba de la tradición literaria inglesa o del propio estilo del pobre Halliwell, como sospecha su editor? Tal vez de ambos. La intuición trajo el éxito, el escándalo, la fama. El discípulo se convirtió en el amo --y en el amo de un ex-maestro que, ya al borde de los cuarenta años, seguía siendo un insoportable principiante, a quien además el fracaso abrumaba con todos los horrores de una depresión crónica, rencores, inseguridades, somatizaciones--, y redujo a su compañero al papel de sirvienta (Halliwell por supuesto es descrito como loca, amanerado, impotente, pudibundo, monogámico, cursi, demodé, traumado y otros insultos de la época).
Es más: alguna buena parte de las obras famosas de Orton --Entertaing Mr. Sloane, The Ruffian on the Stair, Loot, What the Butler Saw, etcétera-- son versiones burlescas de la obra conjunta, aquella vez en serio, de los amantes en su anterior coautoría o bien reciben una colaboración esencial de Halliwell, quien por lo demás, por mínima congruencia o por desastre total, había renunciado a la ambición y a los sueños literarios de toda su vida, cuando la balanza se decidió tan claramente por Orton. Pudo pensar que hasta de su vocación y de sus ensueños había sido despojado, o había consentido en despojarse a sí mismo. Era "una nulidad de mediana edad..."
De modo que el Diario de Orton refleja este matrimonio que ya no guarda de sus antiguos orígenes, tres lustros atrás, más que la parodia: un amo, una esclava; uno que se hace el macho, otro la tía; uno con dinero y dispendioso, otro pobre y tacaño; uno exitoso y agradable, otro molestísimo y lastimero, que sin embargo han de seguir viviendo juntos, porque el fracasado ya no tiene más remedio (envejecido, engordado, sin fuerza, abrumado por la desdicha) y el triunfador no seguiría triunfando sin la pasiva, activa u obligada colaboración del otro como modelo de farsa y víctima de los ultrajes literarios.
En realidad, sólo la arrogancia de "nuevo moderno", los fríos y grisotes desplantes de cinismo, la indiferente capacidad de desprecio, la ignorancia de todo lo que no sea centímetros eréctiles o libras por entradas de taquilla, de Joe Orton, lo señala entre tantos matrimonios heterosexuales semejantes, bien explotados por el cine y las novelas de adulterios. O de otras situaciones de familia como ¿Quién mató a Babe Jane?... Porque de que las relaciones personales se ponen espesitas...
El teatro de Joe Orton sin duda prevalece a su nota roja. El Diario no. Pocas veces he leído algo relacionado con el amor, el sexo, el erotismo o la pornografía tan falto de gozo y de caridad, de humor y de alegría, tan cínicamente despectivo de todo lo que no sea su exhibicionismo egolátrico.
El Diario de Orton fue el testimonio, el retrato y acaso un móvil fundamental del crimen. El Diario era el arma con que Orton torturaba a Halliwell, quien no quiso destruirlo, sino exhibirlo como aclaración final. Por lo demás, así, Kenneth Halliwell, nuevo Eróstrato, recobró su sitio --antes obligadamente clandestino-- en la obra y el personaje de Joe Orton.

1 comentario:

Unknown dijo...

La verdad es que estaba esperando una crítica elaborada de Orton y su obra pues más allá de haber visto la película de Stephen Frears no tenía más acceso a su literatura. He estado buscando el libro Diarios y tras meses de espera ya viene en camino pues es una edición escasa, pero me anduvo derribando mi expectativas con eso de que está mal traducido. Espero leerlo y cuando tenga mi impresión personal debatir al respecto. Gracias por su trabajo de análisis. Saludos desde Chile.