domingo, 1 de septiembre de 2013

JANE BOWLES


LOS BOWLES: RELATOS PARA POETAS

 

Por José Joaquín Blanco

 

La leyenda de Jane Bowles (1917-1973), que llega a superar a la ficción, especialmente durante sus últimas décadas de amante y víctima de brujas marroquíes, desvanece una y otra vez la importancia y el mensaje de sus obras.

         No faltan autores importantes, de Tennessee Williams y Truman Capote a John Ashbery, que la encomien a la altura de Virginia Woolf, Carson McCullers o Jean Rhys, o más alto todavía. Pero sus escasos escritos fueron tempranos, entre sus 25 y 35 años (la novela Dos damas serias, la obra de teatro In the Summer House, además de una docena de cuentos, especialmente los recopilados en Plain Pleasures) y resultan harto difíciles y extraños, mientras su leyenda reviste toda la estructura de una tragedia exótica, muy parecida a las historias que su marido Paul ha narrado en varios libros: la fatal atracción de lo antioccidental (latinoamericano, norafricano o asiático) para norteamericanos desencontrados en su cultura o conciencia modernas.

         Lo curioso es que la escritora de talento, durante toda su juventud, era ella y no Paul Bowles. Éste, desestimulado como poeta por Gertrude Stein, se había dado por vencido demasiado pronto, y trataba de consolarse con un destino musical, tras las huellas de sus amigos Aaron Copland y Silvestre Revueltas. Se dedicó muchos años sobre todo a estimular y proteger a Jane, “la escritora de la familia”.

         Ahora sabemos que Paul Bowles es uno de los mejores narradores del siglo en cualquier lengua. Sus relatos extraños y terroríficos aparecen escritos con una mano madura, lírica, clásica. No solamente gozan de una amenidad y claridad supremas, son también inolvidables. Jane resulta perdidiza, como apéndice suyo, salvo para ciertos poetas y escritores muy selectos que alcanzan a sentirla, a descifrarla, a pesar de los laberintos y oleajes subterráneos de su prosa.

         En muchos sentidos, los relatos de Jane Bowles se parecen a los de su marido, pero sin control ni deliberación. Son la obra de una muchacha, mientras que los de Paul muestran el temple del hombre maduro. Los terrores, las intuiciones, los contrastes, la curiosidad del mundo se presentan en Jane con un alto voltaje sin paliativos. También son la crónica de quien se asoma al peligro precisamente para caer en él, mientras que los de Paul narran la experiencia del peligro con voz (todavía trémula) de sobreviviente. No asombra que, para muchos de sus lectores, Jean resulte surrealista.

         Más que de narradora, ofrece el perfil de un poeta maldito. Entregó todo su mensaje en plena juventud, temblando bajo el ramalazo de sus inspiraciones y terrores vivos. Luego, durante décadas, la desolación y la locura. (Jane Bowles: My Sister’s Hand in Mine. The Collected Works of..., prólogo de Truman Capote, Nueva York, The Ecco Press, 1978 (hay traducción española de Dos damas serias, en Anagrama). Millicent Dillon: A Little Original Sin. The Life and Works of Jane Bowles, Nueva York, Holt, Rinehart and Winston, 1981. Hay varias obras de Paul Bowles traducidas al castellano, especialmente en Alfaguara.)

Dos damas serias, relato más que confuso en cuanto trama y caracterización de personajes, pero sumamente eficaz como poesía, por sus recursos verbales y simbólicos, tiene la fuerza de un descubrimiento espiritual, de un viaje religioso a las fronteras del peligro. ¿Hasta dónde puede llegar una mujer en su búsqueda de la verdad, de la autenticidad, de la intensidad? El sacrilegio, la prostitución, la suciedad, la crueldad, los bordes de la muerte. Y Panamá como uno de sus escenarios.

         Las cosas pequeñas, más insignificantes, intercambian guiños infernales o monstruosos. El Mal y el Terror existen, materiales y concretos, como descargas inclementes, en las mujeres de esa novela —todas ellas la propia Jane Bowles, aunque acepten algún exterior rasgo prestado— , las cuales buscan escaparse del infierno de la conciencia y del pensamiento, y no hacen sino caer más y más en ellos, en sus analogías y sibilinos oráculos.

         Truman Capote celebró en Jane Bowles, como si se tratara de un Blake, su vocación de visionaria: extraños relatos donde se mezclaban “una sofisticación felina con cierto humorismo de teatro de títeres”. Se asombró ante su dón lingüístico: el encuentro invariable de la expresión precisa y a la vez asombrosa. La prosa que ofrecía “un sabor jamás antes gustado”, una especie de “amargura reconfortante”. Su búsqueda de los caminos más torturados y pedregosos para descifrar las situaciones aparentemente más sencillas y cotidianas; el talante cómico ante el terror y la condenación.

         ¿Qué tanto se deben uno a otro, estos cónyuges? ¿Los estremecimientos de Paul algo adquirieron de la precoz fatalidad de Jane, o ambos los fueron aprehendiendo brazo con brazo?

         Una sibilina, otro clásico, los dos Bowles admiten una rara categoría: la de narradores para poetas. En este sentido, Jane parece conservar su primacía, de los años treinta, cuando Paul se creía negado para la escritura: sus páginas confusas y plurivalentes seducen a los poetas que no suelen gustar de la prosa. Le conceden una magia que regatean incluso a Paul Bowles. Y claro: la leyenda, el misterio.

         Ese raro matrimonio desencontrado conforma por sí solo un capítulo entero de la literatura mundial de mediados de siglo.