LOS BOWLES: RELATOS PARA POETAS
Por José Joaquín Blanco
La leyenda de Jane Bowles (1917-1973), que llega a superar a la ficción,
especialmente durante sus últimas décadas de amante y víctima de brujas
marroquíes, desvanece una y otra vez la importancia y el mensaje de sus obras.
No faltan autores
importantes, de Tennessee Williams y Truman Capote a John Ashbery, que la
encomien a la altura de Virginia Woolf, Carson McCullers o Jean Rhys, o más
alto todavía. Pero sus escasos escritos fueron tempranos, entre sus 25 y 35
años (la novela Dos damas serias, la
obra de teatro In the Summer House,
además de una docena de cuentos, especialmente los recopilados en Plain Pleasures) y resultan harto
difíciles y extraños, mientras su leyenda reviste toda la estructura de una
tragedia exótica, muy parecida a las historias que su marido Paul ha narrado en
varios libros: la fatal atracción de lo antioccidental (latinoamericano,
norafricano o asiático) para norteamericanos desencontrados en su cultura o
conciencia modernas.
Lo curioso es que la
escritora de talento, durante toda su juventud, era ella y no Paul Bowles.
Éste, desestimulado como poeta por Gertrude Stein, se había dado por vencido
demasiado pronto, y trataba de consolarse con un destino musical, tras las huellas
de sus amigos Aaron Copland y Silvestre Revueltas. Se dedicó muchos años sobre
todo a estimular y proteger a Jane, “la escritora de la familia”.
Ahora sabemos que Paul
Bowles es uno de los mejores narradores del siglo en cualquier lengua. Sus
relatos extraños y terroríficos aparecen escritos con una mano madura, lírica,
clásica. No solamente gozan de una amenidad y claridad supremas, son también
inolvidables. Jane resulta perdidiza, como apéndice suyo, salvo para ciertos
poetas y escritores muy selectos que alcanzan a sentirla, a descifrarla, a
pesar de los laberintos y oleajes subterráneos de su prosa.
En muchos sentidos, los
relatos de Jane Bowles se parecen a los de su marido, pero sin control ni
deliberación. Son la obra de una muchacha, mientras que los de Paul muestran el
temple del hombre maduro. Los terrores, las intuiciones, los contrastes, la
curiosidad del mundo se presentan en Jane con un alto voltaje sin paliativos.
También son la crónica de quien se asoma al peligro precisamente para caer en
él, mientras que los de Paul narran la experiencia del peligro con voz (todavía
trémula) de sobreviviente. No asombra que, para muchos de sus lectores, Jean
resulte surrealista.
Más que de narradora,
ofrece el perfil de un poeta maldito. Entregó todo su mensaje en plena
juventud, temblando bajo el ramalazo de sus inspiraciones y terrores vivos.
Luego, durante décadas, la desolación y la locura. (Jane
Bowles: My Sister’s Hand in Mine. The Collected Works of..., prólogo de Truman Capote,
Nueva York, The Ecco Press, 1978 (hay traducción española de Dos damas serias, en Anagrama). Millicent Dillon: A Little
Original Sin. The Life and Works of Jane Bowles, Nueva York, Holt, Rinehart
and Winston, 1981. Hay varias obras de
Paul Bowles traducidas al castellano, especialmente en Alfaguara.)
Dos
damas serias, relato más que confuso en cuanto trama y caracterización de
personajes, pero sumamente eficaz como poesía, por sus recursos verbales y
simbólicos, tiene la fuerza de un descubrimiento espiritual, de un viaje religioso
a las fronteras del peligro. ¿Hasta dónde puede llegar una mujer en su búsqueda
de la verdad, de la autenticidad, de la intensidad? El sacrilegio, la
prostitución, la suciedad, la crueldad, los bordes de la muerte. Y Panamá como
uno de sus escenarios.
Las cosas pequeñas, más
insignificantes, intercambian guiños infernales o monstruosos. El Mal y el
Terror existen, materiales y concretos, como descargas inclementes, en las
mujeres de esa novela —todas ellas la propia Jane Bowles, aunque acepten algún
exterior rasgo prestado— , las cuales buscan escaparse del infierno de la
conciencia y del pensamiento, y no hacen sino caer más y más en ellos, en sus
analogías y sibilinos oráculos.
Truman Capote celebró en
Jane Bowles, como si se tratara de un Blake, su vocación de visionaria:
extraños relatos donde se mezclaban “una sofisticación felina con cierto
humorismo de teatro de títeres”. Se asombró ante su dón lingüístico: el
encuentro invariable de la expresión precisa y a la vez asombrosa. La prosa que
ofrecía “un sabor jamás antes gustado”, una especie de “amargura
reconfortante”. Su búsqueda de los caminos más torturados y pedregosos para
descifrar las situaciones aparentemente más sencillas y cotidianas; el talante
cómico ante el terror y la condenación.
¿Qué tanto se deben uno a
otro, estos cónyuges? ¿Los estremecimientos de Paul algo adquirieron de la
precoz fatalidad de Jane, o ambos los fueron aprehendiendo brazo con brazo?
Una sibilina, otro
clásico, los dos Bowles admiten una rara categoría: la de narradores para
poetas. En este sentido, Jane parece conservar su primacía, de los años
treinta, cuando Paul se creía negado para la escritura: sus páginas confusas y
plurivalentes seducen a los poetas que no suelen gustar de la prosa. Le
conceden una magia que regatean incluso a Paul Bowles. Y claro: la leyenda, el
misterio.
Ese raro matrimonio
desencontrado conforma por sí solo un capítulo entero de la literatura mundial
de mediados de siglo.
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