domingo, 1 de febrero de 2015

GOYA Y MALRAUX

GOYA Y MALRAUX

Por José Joaquín Blanco
I
El castellano es una lengua muy inexacta, se quejaba Borges. Nuestro uso relajado de las preposiciones, así como la gran variedad de significados (incluso antitéticos) con que se dota a ciertos vocablos, tanto en el uso coloquial como en el letrado, permiten que muchas frases que creeríamos clarísimas resulten enigmáticas.
         “Por mi raza hablará el espíritu”, dijo Vasconcelos: ¿A través de, a favor de o en lugar de qué raza, y cuál espíritu? (Vasconcelos lo explicó posteriormente, acaso en burla, con todas sus letras: “El Espíritu Santo”; y por “mi raza” entendía un mapa, Iberoamérica, donde las hay todas).
         “El sueño de la razón produce monstruos”, escribió Goya. ¿Sueño como visión, ideal y ambición; o sueño como el acto de dormirse y roncar, de abandonar la realidad? Dream o sleep.
         Algunos estudiosos interpretan: Goya era un ilustrado, un racionalista y defendía la razón contra las supersticiones y los mitos. En consecuencia quiso decir: cuando la razón duerme, cuando se aparta, aparecen los monstruos del delirio o del caos. Por eso nunca hay que abandonar la Razón, ¡cuidado con los irracional! ¡No hay que dormirse! Villaurrutia criticaba a quienes, llegado el momento de soñar, cerraban los ojos.
         Pero muchos surrealistones piensan lo contrario: Goya es el poeta de lo profundo, de lo onírico, de lo delirante; en consecuencia quiso decir: cuando la razón sueña (en el sentido de desear, ambicionar, proyectar, imaginar), cuando se abusa de la razón, cuando la razón se extralimita en teorías y quiere dominar la realidad, produce monstruos (como ciertas ideologías, por ejemplo). ¡Hay que convocar lo irracional y lo subconsciente, lo onírico o lo salvaje, en consecuencia, y desconfiar de la razón! La razón, ergida en déspota, inventa la teología, la inquisición, la Iglesia, el Estado, las finanzas, las armas, la bomba atómica, los campos de concentración. ¡No hay que despertarse jamás!
         ¿Goya rompía sus lanzas a favor o en contra de la razón?  ¡Hagan sus apuestas! Resulta que los talentos hispánicos tampoco suelen ser muy exactos que digamos en la realidad, y menos aún sus biografías.
         Sabemos, por ejemplo, que Goya era un gran ilustrado (philosophe) que miraba críticamente el arcaico y decadente modo de vida español: sus beatas brujiles y asnos pedantes, sus canónigos viciosos y sus imbéciles cortesanos; que hizo de la pintura y del dibujo formas del reportaje combativo, que denostó por escrito la fúnebre comedia de una sociedad que se negaba a modernizarse, que se estancaba y pudría.
         Pero también sabemos todo lo contrario: que Goya estaba medio chiflado —o que se esmeró en creerse medio chiflado— cuando pintó, dibujó y grabó buena parte de su obra más escandalosa: cuando, digamos, puso a dormir (a manera de experimento) a su razón, y sacó todos sus terrores y demonios íntimos a flote.
         ¿Sátiras ultrarracionales, ultravoltaireanas; o sátiras antirracionales, presurrealistas, a lo Artaud? 
         Cada quien interpreta a su modo los “caprichos” de Goya, finalmente enigmáticos.

II                                             *
Goya es uno de los mayores héroes culturales de André Malraux, quien lo estudió en un ensayo de 1947. “Si Goya hubiese muerto a los 37 años, ¿cómo habríamos de sospechar que había nacido para destruir el arte de la decoración y del placer lujoso?” Pensaríamos lo contrario: que había nacido para culminar el arte de la pintura como juguetería. Todas esas muñecas y muñecos que juegan en bonitos jardines o se exhiben, como en aparador, como “preciosas ridículas” de una corte de porcelana: salas y salas del Museo del Prado. (El ensayo Saturne, le Destin, l’Art et Goya de Malraux en Gallimard y en Writers on Artists, Ed. Daniel Halpern, San Francisco, North Point Press, 1988. Cf. Paul Westheim: Mundo y vida de grandes artistas, ERA, 1973. Jeaninne Baticle: Goya de sangre y oro, Madrid, Aguilar, 1989.)
“La aparición de su genio en su obra fue abrupta. Separado de la demás gente por el golpe repentino de su sordera, encontró que un pintor puede conquistar a todo mundo tarde o temprano, con la mera lucha consigo mismo. Su soledad se hizo puesto de observación”. 
         Para Malraux, Goya se volvió un ermitaño, y fue visitado por una especie de tentaciones de San Antonio alrevesadas: no los placeres ni las bellezas del mundo, sino sus locuras, sus vicios, sus sufrimientos, sus crueldades, sus máscaras y especialmente su profundo ridículo. Lo humano igual a lo ridículo.
         “Reveló su genio desde el momento en que tuvo el coraje de dejar de intentar la lisonja”. Cuando pintó para desagradar, en cuadros como reportajes; cuando grabó para repugnar, en litografías como pesadillas de aquelarres de momias y espectros humanos.
         El racionalista Goya, entonces, “escogió el tema más seguro” para presentar un mundo terrible: la locura. “La locura lo atraía personalmente, vivía en continua espera de un ataque de locura... Sabía, además, lo que significaba la sífilis, y que su sordera no era sino un silencioso precursor de la calamidad...” Su mundo-manicomio no era pues un espacio meramente exterior y distante.
         De modo que no existe el exacto pintor racionalista que satiriza fríamente al mundo premoderno y decadente que critica. Él mismo está no sólo en el pincel o el buril, sino en la tela y la plancha de piedra. Sin embargo, la locura no ha llegado: Goya no es todavía una sibila ni un médium completamente poseído por los demonios de la demencia. Está razonando, reporteando, criticando. Está “experimentando”, desde las orillas del mundo y de la razón, sus temporadas en el infierno. Ni dentro ni fuera de la pesadilla, “sino en su frontera”. Su razón no se duerme todavía, aunque intuye los monstruos del sueño.
         La comparación de Goya con el periodismo no es ligera. Hay cuadros suyos que pueden verse como verdaderos reportajes de guerra o de vida cortesana. Pero también es la época de la litografía. Y Goya se decide a hacer, más que grabados, sketches, francas caricaturas, con letrerito y todo, a la manera de un Daumier sofocado entre las páginas del Infierno de Dante, o mejor aún: Los sueños de Quevedo.

III
¿El mundo es tan malo como lo pinta Goya en sus obras terribles? Hay desde luego todo un festival de la exageración: muecas decrépitas, mutiladas, canibalescas, enfermas, espectrales, bestiales, zoomorfas, etcétera, como para creer que se trate de una mera sátira racionalista. Sentimos un engolosinamiento del pintor con su material fársico y espeluznante. No sólo pinta esperpentos: chapotea, jocundo, entre ellos. Lo fascinan: lo seducen.
         Quizás, dicen unos, se trate de una denuncia del diablo. De una sociedad demonizada, con tanta bruja, tanta Inquisición, tanto noble, clérigo y letrado corruptos. No, dicen otros: se trata de una denuncia contra Dios: ¡miren el mundo “perfecto” que hizo!
         Porque no sólo pinta y dibuja Goya figuras horrendas, también las muestra torturadas, masacradas, mutiladas, exprimidas, mordidas, rasgadas por la misma potencia que las ha creado. Señala Malraux:
         “De ahí que el fraude que más infatigablemente lastima a Goya no sea el comparsa de la Vanidad, sino el de la Injusticia. No digo que no se condoliera de las víctimas de las galeras, de la Inquisición o de la guerra, sino que su dolor tiene la solidez de quien se siente una de ellas. La vida es esencialmente una cárcel, y aquellos de sus habitantes que Goya odia más son los traficantes de la Esperanza. Políticos y doctores sólo le arrancan una arrugada sonrisa, mientras que los monjes lo hacen montar en cólera, porque practican el fraude en nombre de Cristo. A veces le parece incluso que la vida en sí misma —particularmente su propia vida— es un fraude por parte de Dios”.
         Goya devendría así el pintor y el dibujante de la moderna agonía del mundo. A diferencia de Bosch, quien insertaba seres humanos en su infierno, Goya insertó “seres del infierno en el mundo humano”, dice Malraux.
         Ello acaso explique lo que algunos regañones llaman su “misognia”: todas las brujas espantosas surgidas de la misma mano que creó las majas espléndidas. Su obsesiva pasión por la mujer fue su signo más violento, más evidente. No las insulta en frío para moralizarlas: expresa su desesperación ante sus propias pasiones eróticas: sus brujas son también, de alguna manera, sus amantes. Los varones no admitieron tal crueldad sistemática porque le interesaron mucho menos.
         Para Paul Westheim, en cambio, hay más rebeldía consciente, más denuncia deliberada en el arte terrible de Goya: más razón crítica por parte de un rebelde voluntarioso. Más Voltaire, menos Artaud.
         Entre quienes ubican a Goya como el soñador desbocado en sus pesadillas infernales, y quienes lo definen como el deliberado satírico de su tiempo, Malraux establece una línea fronteriza —la “línea de sombra” que diría Conrad—: locura-sensatez, sueño-razón, deliberación-arrebato, sociedad-yo, realidad-irrealidad, mundo-infierno.
         Una gran tragicomedia de la que el artífice no está excluido. Pinta y dibuja con deliberación mascaradas sangrientas que terminan poseyéndolo. En todas sus carícaturas hay guiños de autorretrato. Su razón está mojada de sueños; sus sueños son tan racionales que se contrabandean como enfáticos delirios.