domingo, 1 de noviembre de 2020

LA PELUQUERÍA DEL AMOR DE DIOS


LA PELUQUERÍA DEL AMOR DE DIOS

La peluquería no es un buen sitio para pacifistas ni para liberales, diría Flannery O’Connor. Armados de navajas y tijeras contra sus pobres parroquianos enjabonados y enmantelados, inmovilizados sobre el sillón reclinable como en un quirófano, los barberos pontifican en torno a asuntos terribles. Frecuento la Peluquería del Amor de Dios. Ayer hablaban de doña Marta Sahagún de Fox y del feminismo.
         –Que no nos salgan las feministas con la Madame Curie ésa ni con sor Juana Inés de la Cruz. Las féminas realmente existentes, realmente beligerantes en México, son sólo doña Elba Esther Gordillo, doña Rosario Robles y doña Marta Sahagún de Fox. Ellas resultan la coronación lógica del feminismo mexicano, como Stalin lo fue del comunismo soviético.
         Hay un extraño placer en carcajearse cuando la navaja del peluquero nos roza el cogote.
Seguramente en los salones de belleza dirán que la coronación lógica del machismo, que los varones realmente existentes, realmente beligerantes en México fueron don Carlos Salinas, don Vicente Fox y don Orlando Magaña, el “Chacal de Tlalpan”.
         Al barbero de la Peluquería del Amor de Dios lo aterran doña Elba Esther Gordillo, doña Rosario Robles y doña Marta Sahagún de Fox, porque creció en vecindades y novenarios y conoce la prepotencia de las cacicas iluminadas, sobre todo cuando invocan a Dios, la Familia y la Patria. Todas las cacicas son terribles.
Y milagrosas. Desde que Brozo dispone de un noticiero en la tele, nuestro barbero ha depurado sus gustos y ya no lee La Jornada, diario dirigido por una dama parsimoniosa, doña Carmen Lira, dedicado de tiempo completo a linchar especialmente a otras mujeres, como doña Elba Esther Gordillo.
El milagro –mucho mayor que cuantos pudieran prodigar san Juan Diego y san Judas Tadeo–, está en que hasta hace poco tiempo, y durante muchos años, precisamente en ese periódico dirigido por tal digamos égida, destacaba una fémina intelectual, editorialista de planta, contumaz y sistemática, que se firmaba precisamente doña Elba Esther Gordillo, y cuyas espesas, pedantescas y pontificales peroratas aparecían muy destacadas cada semana. Fue durante más de un lustro la intelectual orgánica de ese periódico: Elba Esther Gramscillo.
-¿Cómo ocurrió que La Jornada admitió primero, reverente, a tal enjundiosa “intelectual de izquierda”, desde luego incapaz de redactar tales digamos artículos, y luego se ha dedicado a perseguirla como a las brujas de Salem? ¿Ha dejado doña Elba Esther de privilegiar a “su” periódico de tantos años con los generosos fondos del SNTE? –Los barberos de la Peluquería del Amor de Dios evacuan preguntas muy inoportunas.
A veces, sin embargo, las cacicas se reconcilian. A principios del sexenio de Fox se perseguía en ese ya no leído diario a doña Sari Bermúdez, que porque eso de “Sari” era una cursilería inadmisible para feministas de izquierda (digamos: como si la periodista Lira se atreviera a firmarse “Carmeli”), y sólo se la voceaba como doña Sara Guadalupe Bermúdez, según rezaba su documentada credencial de electora; y se sacaban a relucir todos los días sus (desde luego inolvidables) pifias periodísticas en adulación de doña Marta Sahagún. Ahora vuelve a ser la bientratada pontífice cultural Sari Bermúdez. ¿“Carmeli” ya le tolera el “Sari”? Abracadabra: ¿Fondos del CONACULTA?
Mi peluquero tampoco comprende mucho la histeria que recorrió la ciudad a partir del asesinato de toda una familia, sirvientas y visitas (subtotal: 7 cadáveres al pastor) en Tlalpan. Siempre han ocurrido semejantes horrores, dice. Lo asombroso es que no se presenten más a menudo.
-Póngase usted a caminar durante una hora, a ver cuántos policías encuentra disponibles por la calle. O a ver cuántas patrullas están prestas a atender a un quejoso. Cualquiera podría ponerse a matar a cuanta gente quisiera, sin ton ni son, y a ver quién lo detiene. No hay que admirarse de las malas aventuras que puedan ocurrirle a uno fuera (o dentro) de casa, sino de que no le ocurran todo el tiempo, a toda hora.
Hay quien sospecha que detrás de toda noticia terrorífica se esconde una mentalidad privilegiadamente sádica, mefistofélica: los genios del mal. Pero mi peluquero sabe más: con mucha frecuencia las mayores maldades son simples productos banales de la estupidez y de la cobardía. Hanna Arendt dixit.
A veces quien mata a muchos y con escandalosa saña es que no sabe delinquir “técnicamente”, como todo un acróbata o prestidigitador del bandolerismo. Si contásemos con una buena policía no les quedaría otro recurso a los delincuentes que perfeccionar sus técnicas, y volverse Flambeau, Fantomas o Rififí, para eludir a eficaces gendarmes y sabios detectives; con la policía burda y chilapastrosa que tenemos les basta drogarse, emborracharse o envalentonarse, y agarrar un bat, un puñal o una pistola. Y ya estuvo. Se garantiza el 98 por ciento de impunidad.
El asaltante estúpido mata a batazos a todas sus víctimas amarradas, acaso amordazadas, porque no supo ni pudo asaltarlas de otro modo; y por cobardía: para que no vayan a acusarlo ni a vengarse. El final tiro de gracia es nomás una rúbrica pretenciosa para darse taco, para firmar su hazaña como todo un sicario de narcotraficantes, el oficio más codiciado por nuestro desempleo.
Todas las peluquerías me parecen enciclopédicas. Parte de la sesión pudiera dedicarse a discutir las ortodoncias, endodoncias y odontologías de doña Marta Sahagún de Fox: ¿Cómo es posible que a toda una Primera Dama le hayan empotrado una dentadura tan desproporcionada, intrusiva, abusiva y protuberante, que se resuelve en una dicción seseadora aniñada, de risa loca?
El pobre parroquiano no puede impedir que el tenaz peluquero maniobre con su intimidante navaja sobre el cogote, a la vez que pontifica de doñas, doños (que los hay) y asesinos.  
-Para como vamos –vuelve a fulgurar su navaja sobre mi cogote– alguien torvo e idiota nos asesinará a todos con saña en poco tiempo. Váyase a confesar hoy mismo. Y nos asesinará “vivitos”, no le quepa a usted la menor duda. ¿O qué pretende? ¿Que nos sede con diazepam, misericordioso, antes de tundirnos a batazos?