lunes, 1 de marzo de 2021

TAXI DRIVER



TAXI DRIVER

 


Llámenla Deborah. Quién fuera ella. Su volcánico pelucón de estropajo pelirrojo, más bien colorado, no admite apelativos modestos. Ruletea un minitaxi, probablemente pirata, en las proximidades del Periférico. Simplemente adora el Periférico, que “es donde está la acción” en esta parda ciudad de tarugos y dejados, dice.
Ahí la veo triunfar con imprecaciones roncas, cascadísimas pero estruendosas, casi gargajientas, capaces de intimidar –como sus cerrones, sus salidas, sus cruzadas, sus resbaladas, sus encontronazos, sus enfrenones, sus lleguecitos, sus derrapadas- a los más curtidos cafres del volante.
         Calcúlenle cualquier edad, entre los cincuenta y los doscientos años. Viene enfundada en pants cafés y sudadera verde, extra large. De su áureo y añorado oficio de cabaretera ha rescatado las zapatillas de tiritas metálicas, de las que destacan –firmes sobre los pedales- unos pulgares gordotes, con uñas pintadas de azul. Y bajo los aparatosos lentes oscuros –según el rostro que recorta el espejito retrovisor-, la pasta caliginosa de un maquillaje que restaña las arrugas más profundas y proliferadas. Carnosos labios artificiales: lirios de colágeno. Otro enfrenón. Otras retumbantes, coloridas, incandescentes injurias y mentadas que ponen en fuga desaforada a los automovilistas circunvecinos. Va despejando el espeso tráfico de las tres de la tarde en la canícula del Periférico. Las patrullas no se atreven a acercarse.
         -No se preocupe, señor. Orita llegamos. ¡Muévete pendeja, como anoche! –le grita a una anoréxica profesionista pulcrísima y cara pálida, sin duda feminista, a quien no le quedó más remedio que abrirle paso con gestos de haberse topado con Satanás.
         Avanzamos cien metros. La salida del Puente de la Morena está próxima. Adoro a la Big Mamma que me tocó hoy de taxista. Ella es la Patria: cascada, blindada y a prueba de espantos. Quién fuera ella. Le gusta aterrorizar, se divierte:
         -¡Sólo así entienden estos tarados! –se disculpa-, no le digo que ahora ya no hay respeto. ¡Nadie respeta nada! ¡Sólo a huevo te respetan!
         Me viene hablando de la incivilidad del mexicano desde Fuentes Brotantes. Ella se conoce su país, que no le cuenten babosadas. Disfrutó sus buenos años en el cabaret en épocas de su general Durazo, me dice. Entonces la gente sí sabía respetar. Había sus transas y sus muertitos y sus madrazos, igualito que ahora, insiste, pero la gente se ponía las pilas. O respetaba o respetaba. Sospecho que juega a aterrarme con su efusiva admiración por los superguaruras; imagino que por la noche llega a su casa, se desmonta del pelucón y mantiene a sus nietecitos. Inconfundible devota de san Judas Tadeo. Sin duda se despacha algún reconstituyente ilegal para ayudarse en la inhóspita jornada de trabajo. Pero se ve en total control de sí misma. El minitaxi está limpio y en aparentes buenas condiciones. Hay una bolsa de mandado con verduras debajo de la guantera.
         -¡Maneja con los huevos, no con las nalgas, idiota! –un junior delata un primer impulso de contestar a la bronca, pero opta por subir precipitadamente su ventanilla, y suda por escapar entre el congestionamiento. Se tarda pero lo logra. Mi Big Mamma lo sabe: cuando los chicoteas, todos obedecen. Siempre pueden: cuestión de chicotearlos. Es difícil precisar si sonríe desde su rostro empastelado y su mueca permanente de colágeno, como del Guasón de Batman, pero seguramente sabe que así son estos pollitos: si no los pateas y carrereas, nomás no se mueven.
         Deborah respeta mucho a sus pasajeros, me dice; los protege de la pendejez circundante, los amadrina. El cliente siempre tiene la razón. Ella ha conocido a todo tipo de clientes. Que no le cuenten babosadas. Para todo sirve y no se asusta de nada. En sus buenos años de cabaretera jamás permitía que a sus clientes les sirvieran cubas adulteradas (“Hasta orines les echaban, nomás por fregar”).
         -¿Por dónde quiere que nos vayamos? –me había preguntado, en cuanto me subí al taxi como hipnotizado por una aparición-. En Insurgentes está haciendo puras pendejadas López Obrador. En Patriotismo está haciendo puras pendejadas López Obrador... No, por donde usted me diga. Al cliente lo que mande.
         Pero sin esperar sugerencia alguna ya había entrado al Periférico, feliz en su entorno, dueña de su terreno, y claxoneaba y vociferaba a sus anchas. Decidí disfrutar el viaje y el espectáculo. Era mejor que recorrer la apocalítica ciudad en una patrulla o en un coche blindado. Todo era seguridad con Big Mamma, digo, con Deborah. Quién fuera ella. Hasta me hice de la vista gorda al descubrir de reojo que, mientras me entretenía con los claxonazos, los enfrenones, las resbaladitas, los encontronazos, las cruzadotas, los cerrones, las saliditas, los lleguecitos, las derrapadas, las mentadas y los aspavientos, el taxímetro avanzaba con una velocidad supersónica.
         -¿Y nunca se mete en problemas, Deborah?
         Atronó su carcajada cascadísima, casi gargajienta. Vi oscilar su estropajosa peluca colorada. Tornasolaron sus lentes oscuros. Refulgieron sobre los pedales las uñas azules de sus pulgares gordísimos.
Supe que no era tan mala solución –a tal hora, entre tal gente y tal tráfico, en el Periférico- asumirse uno mismo como el problema de los demás. Allá ellos. Yo qué, yo voy con Big Mamma. Y seguir disfrutando del viaje y del espectáculo.
         Me dio una tarjeta con su teléfono. Atiende desde su celular. Es “taxista de confianza”, se definió. Acaso algo pirata. No estoy tan seguro de poder evitar utilizarla.  



No hay comentarios: