martes, 1 de septiembre de 2020

LA BÚSQUEDA



LA BUSQUEDA





Mercedes llegó a una esquina.  Un señor esperaba la señal del semáforo para cruzar la calle.
--Perdone, ¿conoce usted a Juvenal Mendoza?
--¿Que qué?
El señor alzó los hombros y cruzó la calle. Mercedes llegó a otra esquina, donde un muchacho hojeaba una revista en un puesto de periódicos.
--Perdone, ¿conoce usted a Juvenal Mendoza?
--¿A Juvenal Mendoza?
--Sí, a Juvenal Mendoza.
--Oye cuate, ¿conoces tú a Juvenal Mendoza?  Ya lo ve, señora: aquí no conocemos a ningún Juvenal Mendoza.
--Muchas gracias.
Mercedes pasó con su niño en brazos frente a una iglesia que inevitablemente le recordó la de su pueblo, aquella vez que entró con Juvenal.  La iglesia estaba vacía y por las ventanas caían chorros de luz que le daban un color como de sueño.  Se fueron a hincar al comulgatorio y él, fingiendo la voz gangosa del cura, preguntó:
--Señorita Mercedes Rodríguez, ¿acepta usted por esposo al señor Juvenal Mendoza?
--¿Qué digo tú?
--Pues lo que quieras.
Se puso roja roja y, aparentando firmeza, contestó:
--Pues yo sí quiero.
--Señor Juvenal Mendoza, ¿acepta usted por esposa a la señorita Mercedes Rodríguez? --se preguntó Juvenal a sí mismo y se contestó de inmediato--: Sí, padre. --Y la besó largamente como en un final de película.
--Perdone, ¿conoce usted a Juvenal Mendoza?
--¿A un muchacho moreno, de 1.65 de estatura, flaco y como de veintidós años?
--Sí, a ése.
--¿Tiene los ojos negros, chiquitos; la nariz aguileña y un lunar en la mejilla, al lado izquierdo de la boca?
--No, Juvenal lo tiene al lado derecho.
--Entonces no lo conozco.
--Muchas gracias de todas maneras.
Siguió caminando con su niño en los brazos, preguntando en peluquerías, misceláneas, supermercados, librerías de viejo, hasta llegar a una fonda donde una matrona enorme gritaba a cocineras y galopinas que se apuraran con las verdolagas para la mesa 5 y el pollo al hongo para la 2.
--Perdone, ¿conoce usted a Juvenal Mendoza?
--No, mujer. ¡Eh tú, Francisca, talla bien esa cuchara, luego los clientes me vienen con reclamaciones!
--La estoy lavando bien, señora.
--Más te vale: una queja más y te echo fuera.
--Está bien, señora.
La fonda tenía un evidente aire provinciano, hasta lucía adornos de papel de china de muchos colores, como los que había en la plaza del pueblo de Mercedes cuando el Baile de la Independencia.  Después de gritar ¡Viva México! hasta enronquecer, empezó la fiesta.  Toda la gente bailó y bebió durante horas. Como a las tres y media de la madrugada Mercedes aceptó irse a dormir con Juvenal, pero el hermano de Mercedes, que ya se traía una buena borrachera, se dio cuenta y les salió al paso:
--Oye cabrón, ¿a dónde te llevas a mi hermana?
--Ella quiere irse a mi casa, compadre.
--Tú te la llevas y yo te rompo el hocico, hijo de la chingada.
--Pues nos lo rompemos de una vez.
--Como quieras, cabrón.
Pero el hermano de Mercedes no alcanzó a dar ni tres pasos. Se tropezó con una silla, o alguien le metió el pie, y fue a dar al suelo de bruces, bañado en cerveza. La gente rió, Juvenal tomó a Mercedes y se la llevó a su casa muy abrazada de la cintura.
--¿A quién me dijiste que buscabas?
--A Juvenal Mendoza, señora.
--¿A Juvenal Mendoza?  Oye viejo, ¿conoces tú a Juvenal Mendoza?
--¿Juvenal Mendoza? No, no me suena.
--Bueno, así se llamaba. Pero ahora puede decir que su nombre es Javier Solís o Jorge Negrete.
--¿Y por qué vienes a buscarlo aquí?
--Porque él me dijo que se venía a trabajar a México.
--¡Mujer! ¿Cómo esperas hallarlo en una ciudad tan grande sin saber su dirección?
--Pues buscándolo.
--¡Qué tonta eres, muchacha! ¿Y para qué quieres verlo?
--Para decirle que ya no me ande con habladas de que soy mula, porque ya le di un hijo.
--¡Válgame Dios! ¿Y siquiera es tu esposo?
--Nos íbamos a casar, pero luego me dejó para venirse a la capital, que a trabajar de peón en una obra. Y no me quiso traer porque dijo que para qué quería una vieja que no le daba hijos, que era como quien dice nada más un adorno.
--Vaya, vaya... ¿Y piensas dar con él?
--Pues como dice el dicho: El que busca encuentra.
--¡Pero no entre millones de personas!
--Quién quita...
--¡Válgame Dios! ¿Ya comiste, mujer?
--Anoche me regalaron un taco.
--¿Ni siquiera traes dinero?
--Apenas si ajusté para el pasaje.
--Bueno: Paulina, sírvele un poco de sopa a esta muchacha. Y a ver si hay algo de leche para el niño.
--Lala, mira que te está cotorreando nomás para comer de gorra.
--Tú cállate, cabrón, que si no me hubiera fajado las enaguas desde un principio, me habrías hecho la misma gracia. Y apúrate con la cuenta de la 3, en lugar de estar metiéndote en lo que no te importa.
--Está bien, está bien, pero no te enojes, Lala.
Como acróbatas de circo, las meseras repartían platillos y recogían trastes rápidamente, saltando entre las mesas atiborradas de empleadas y obreros que comían de prisa, pero sin dejar de llevar con los pies el ritmo de una canción de Sonia López que tocaba la sinfonola.
--¿Y cómo lo conociste?
--Juvenal era amigo de mi hermano. Al principio quería casarse conmigo, pero me dejó cuando se vino a México, que porque yo era una mula...
--Pinches hombres: ¿ya está lista esa cuenta de la 3, con un demonio?
--Cuando sentí que le iba a dar un hijo, pensé en buscarlo para decirle que ya no me anduviera echando calumnias.
La matrona le ofreció empleo en la fonda, mientras se hacía de algunos ahorros para continuar la búsqueda, pero Mercedes no quería perder tiempo, y siguió caminando y preguntando todo ese día. A la noche se sentó en una banca de un parque y esperó a que pasara algún muchacho, para preguntarle si conocía a Juvenal Mendoza. Al muchacho elegido, de no malos bigotes, no le sonó el nombre, pero le preguntó a su vez si ella conocía a Felipe González.
--¿Felipe González?  Así como Felipe González no, a Jesús González sí, en mi pueblo...
--Pues estás teniendo el gusto de platicar ahorita mismo con el meritito Felipe González --dijo el muchacho.
A Mercedes le gustó mucho la risa de Felipe, y sus dientes de oro y sus patillas, y unas botas vaqueras un tanto raspadas, y se fue a dormir con él a su cuartito de azotea. Era alegre y hasta cantaba un poquito, y se dedicaba a vender en abonos. A la mañana siguiente Felipe la invitó a que se quedara a vivir con él, pero Mercedes no podía perder tiempo.
Así que siguió caminando durante muchas semanas, preguntando a todas las personas con quienes se topaba si por casualidad conocían a Juvenal Mendoza.  Nadie sabía de ningún Juvenal Mendoza, hasta que se encontró a un grupo de albañiles que estaban comiendo en torno a un comal improvisado en mitad de un camellón:
--Perdonen, ¿conocen ustedes a Juvenal Mendoza?
--¡Oye, Juvenal, aquí te anda buscando una señora!
Juvenal estaba orinando junto a una barda. Se apuró, se sacudió, y volteó todavía sin terminar de cerrarse la bragueta.
--¡Meche, qué milagro!
--Ningún milagro. Te busqué por toda la ciudad para decirte que ya no me andes con habladas de que soy mula, porque aquí te traigo a tu hijo.
--¿Y nomás a eso veniste?
--Sí, nada más a eso.
--Bueno, es que se me ocurrió que ahora que dices que tienes un mi hijo, me ibas a pedir que nos casáramos y toda la cosa.
--No. Eso pensaba antes. Cuando empecé a buscarte me dije: "Quién quita y cuando vea a su hijo va a querer que nos casemos". Pero ya me acostumbré a buscarte. Te busco y te busco por toda la ciudad, y cuando tengo hambre voy a una fonda y pregunto: "Perdone, ¿conoce usted a Juvenal Mendoza?".  Nadie te conoce pero no me falta un taco. Lo mismo cuando necesito ropa, o zapatos, o dónde dormir. Así que ya te demostré que no soy mula y voy a seguirte buscando.
Los miraba con mucha atención un niño vestido de vaquero, con pistolas plateadas, estrella de sheriff y todo. Mercedes le preguntó si conocía a Juvenal Mendoza. No, no lo conocía, pero el niño en cambio conocía Alberto Suárez, que era cerrajero.
Mercedes le prometió que si en la amplia ciudad encontraba alguna vez a alguien que anduviera buscando a Alberto Suárez, lo mandaría primero a informarse con un niño vestido de sheriff. El niño estuvo de acuerdo y Mercedes se alejó con su bebé en los brazos.
--¡Oye Juvenal, si serás bestia! ¡La dejaste ir, y estaba re buena! --le reclamaron los albañiles.
Pero Juvenal no los escuchó porque estaba pensando en conseguirse un niño de brazos, y pasarse la vida preguntando por la ciudad si alguien conocía a Mercedes Rodríguez.