jueves, 1 de julio de 2021

MÁS RAZONES DA EL PULQUE


MÁS RAZONES DA EL PULQUE

Quien quiera creerle a Fernando de Alva Ixtlixóchitl -cosa poco recomendable, pues la venalidad y las mentiras intencionadas de este historiador, son más que evidentes- pensará que entre los antiguos mexicanos no había peor crimen que la borrachera, que podía incluso ser penada con la muerte.  El código de Nezahualcóyotl le pareció a Clavijero (Historia antigua de México) uno de los más sanguinarios del mundo.
         Todos los frailes cronistas hablan de una edad de oro del antialcoholismo, antes de la llegada de los conquistadores, en la que a nadie se le pasaban los pulques; es más, en la que sólo se consumía el pulque en cantidades microscópicas y en celebraciones muy especiales, salvo como medicina o reconstituyente para los ancianos. ¿Tanto escándalo entonces por la invención del pulque, una bebida que no se bebía?
         Bueno: no toda la historia antigua de México es azteca, nación que con sus aliadas se sometió a tal disciplina guerrera que, en efecto, parece congruente que se penaran con severidad los vicios impropios del guerrero. Los cronistas soldados de las guerras de conquista no vieron muchas borracheras entre los indios combatientes, antes de su derrota. 
         El caso es que se dice que no había embriaguez antes de la conquista, y que después de ella todo fue una continua borrachera de los indios: bebían para soportar la explotación, para morirse, para matar, para...
         Motolinía pone la voz de alarma (Memoriales).  Vencidos con relativa facilidad Huitzilopochtli, Tláloc, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, un antiguo dios menor se convertía en el ídolo indígena insumiso, Ometochtli, el dios del pulque.
         Se apareció en Tlaxcala, en la persona de uno de sus sacerdotes, que se atrevió a predicar y a hacer ritos en pleno tianguis, y a amenazar de muerte a los niños indios cristianizados, por haber abandonado a sus propios dioses y rendir culto traidor a la extranjera santa María.
         Los niños indios cristianizados -que habían sido secuestrados por la fuerza, y recluidos en monasterios donde se les aleccionaba y formaba como futuros caciques o gobernadores de indios- se indignaron y, llenos de antialcohólico cristianismo (una religión del vino, desde luego), lo mataron a pedradas entre todos:
         Uno de ellos “tirole con la piedra, y luego acudieron todos los otros; y aunque a el principio el demonio hacía rostro, como cargaron tantos muchachos comenzó a huir, y los niños con gran grita iban tras él tirándole piedras, y íbaseles por los pies; mas permitiéndolo Dios y mereciéndolo sus pecados, estropezó y cayó, y no hubo caído cuando le tenían muerto y cubierto de piedras, y ellos muy regocijados decían: ‘matamos al diablo que nos quería matar. Ahora verán los macehuales (que es la gente común) como éste no era dios sino mentiroso, y Dios y santa María muy buenos’” (Motolinía).
         Los frailes hubieran querido exterminar el pulque, pero ¿qué otra cosa les hubiera quedado a los indios? ¿Sin pulque, con qué habrían alimentado a los peones de las minas, los campos de cultivo, las construcciones de casonas y conventos?  Y por lo demás, era buen negocio y dejaba muchos impuestos. El pulque fue creador de oligarquías criollas hasta bien entrado nuestro siglo, y el ramo más generoso de los ingresos del Estado. Sólo se le prohibía (apenas unas semanas) en períodos de suma agitación. Es el triste antecedente de nuestra “ley seca” en los días de informe o desfile.
         Así, en junio de 1692, cuando a causa de la pésima administración virreinal y de malas cosechas, el precio del trigo y del maíz se fue a las nubes, y el pueblo llano de todas las razas y castas se amotinó en la plaza mayor, Carlos de Sigüenza y Góngora (Motín y alboroto de México en 1692) lanzó su teoría de que las revoluciones populares mexicanas no tenían otro origen que el pulque.  ¿La rebelión, cosa de pobres, de humillados, de explotados, de ofendidos?  No: pura cosa del pulque.
         Dice que el grito de los amotinados era “¡Mueran los españoles! ¡Viva el pulque!”  Los peligros del pulque consistían no sólo en a] calentar el odio de los indios y el pueblo llano contra los españoles, ni en b] insolentarlos, sino además en c] agruparlos y conjurarlos en torno a la borrachera popular, como gran escuela de conjuradores, y sobre todo en d] afirmarlos en tal desprecio por la propia vida que, tambaleantes, enseñaban las barrigas a los soldados del virrey y los retaban a que dispararan. Tales eran las cuatro razones del pulque:
         “¿Quién podrá decir con toda la verdad los discursos en que gastarían los indios toda la noche?  Creo que instigándolos las indias y calentándoles el pulque, sería el primero quitarle la vida, luego al día siguiente, al virrey; quemarle el palacio sería el segundo; hacerse señores de la ciudad y robarlo todo, y quizá otras peores iniquidades, los consiguientes, y esto, sin tener otras armas para conseguir tan disparatada y monstruosa empresa, sino las del desprecio de su propia vida, que les da el pulque... Como nunca (entrando el tiempo de su gentilidad) llegó la borrachera de los indios a mayor exceso y disolución que en aquestos tiempos en que, con pretexto de lo que contribuyen al rey nuestro señor los que lo conducen, abunda más el pulque en México, en un solo día, que en un año entero cuando lo gobernaban idólatras. Al respecto  de su abundancia, no había rincón, muy mal he dicho, no había calles ni plaza pública en toda ella, donde, con descaro y con desvergüenza, no se le sacrificasen al demonio más almas con este vicio, que cuerpos se le ofrecieron en sus templos gentílicos en los pasados tiempos... Desde el instante mismo que se principió el tumulto, inspirados quizá del Cielo, levantaron todos el grito: ‘¡Éste es el pulque!’...” 
         Semejantes descripciones encontramos en las crónicas y relatos de la Revolución Mexicana. José Juan Tablada cantó a nuestro patriotismo, con una novedosa y pulquera explicación de los colores nacionales:

         “Creo que se me han subido los colores
         de mole verde, de tlachique y vino.
         ¡Viva la patria! ¡Mueran los traidores!
         ¡Qué vacilón, compadre Ceferino!”

         Todos los moralistas novohispanos vociferan contra el pulque. Pero desde los primeros frailes hasta los científicos borbónicos hablan con asombro y devoción de la maravilla de los pobres, el maguey. Planta que crece en la esterilidad a bajo costo y con poca industria, y sirve como alimento, licor, ropa, leña, tejas y medicina. 
         El sabio dieciochesco José Ignacio Bartolache (“Historia del pulque”) encuentra grandes beneficios de todo tipo, y sólo critica la adulteración y el descuido en su comercio urbano --en los ranchos se bebía pulque limpio--, que lo vuelve insalubre, y su mal olor (sólo hasta nuestro siglo encontramos en el pulque el caldo de cultivo de amibas y demás demonios gastrointestinales: así, Ometochtli no fue vencido por Cristo ni por el rey de España, sino por las campañas de la Secretaría de Salud, el Instituto Mexicano del Seguro Social, el Instituto Nacional de Nutrición, la cerveza Corona, el ron Bacardí, el brandy Presidente y gran variedad de marcas de tequila...)
         Uno de los mayores poetas novohispanos, Francisco de Castro, dedicó sus versos más sentidos de La octava maravilla al maguey, la planta de la Virgen de Guadalupe, pues del maguey surgió la tela de su imagen. El maguey es indomable al mal clima: “dura al sol, dura al agua, dura al hielo”; defiende su dulce corazón con pencas más afiladas que lanzas: “Su corazón lo diga alado a pencas/ de agudas arcas más que las flamencas.” Y ofrece mil y un beneficios: tres licores o potables: aguamiel, pulque y mezcal; materia para papel y tela, para leña, etcétera:

         “Tres potables le brinda: uno, es el vino
         que -cuando la alquitara le resuelve-
         sabe correr por aguardiente fino;
         su castigada hoja, en hebras vuelve
         hilo, si no de asiento, de camino;
         de afán y frío en el hogar absuelve:
         y al fin, sobre otros mil usos, al dueño
         sirve de vino, agua, dulce y leño.”

         Algo extraño debe haber entre el maguey y la Virgen, una relación tan querida para los indios como sospechosa para los teólogos. ¿No estaremos frente a una Virgen del Pulque?  Sahagún denunció que los indios ocultaban sus ídolos tras nombres y figuras españolas: detrás de san Juan guiñaba a los indios Tezcatlipoca, y detrás de Guadalupe los consolaba la Tonantzin.  ¿Sólo la Tonantzin? ¿No concurría también una personificación femenina de Ometochtli?
         Uno de los más peligrosos enemigos de la tradición guadalupana, quien con el aparente fin de defenderla minó los argumentos devotos con que se la entronizaba, Bartolache, encuentra en la Virgen del Tepeyac a una deidad del pulque (1772). Analiza la imagen de la Virgen de Guadalupe:
         “Es el caso que notando con atención la figura que hacen las pencas del maguey, advertí luego, con no poca sorpresa y admiración, ser muy semejante a la de aquel campo, nube o nicho, en que rematan los rayos dorados del sol que rodea a la divina imagen guadalupana. De suerte que quien quisiere figurarse los contornos de dicho campo, no tiene más que suponer una penca truncada una parte por la espina e invertida punta abajo como si se suspendiese de donde nace el tallo. Y no dudo que pudiera colocarse el dibujo de esta santa imagen materialmente dentro de una gran penca, apresándola para que se redujese a un plano: y entonces los contornos del lienzo quedarían semejantísimos a los originales”. 
         Nuestra Señora del Aguamiel, sonriendo a sus devotos desde el tierno corazón de los magueyes. En las crónicas de Clavijero y Veytia de las festividades guadalupanas, sabemos que ya en el siglo XVIII, por lo menos, la muchedumbre que iba al santuario el 12 de diciembre celebraba el santo de la Virgen con abundante pulquiza.