sábado, 25 de octubre de 2008

KYRA GALVÁN: RETRATO DE LA ARTISTA COMO MADRE JOVEN

KYRA GALVÁN: RETRATO DE LA ARTISTA COMO MADRE JOVEN
Por José Joaquín Blanco


¡Las cosas que se le ocurren a Kyra Galván! Hace que el tlatoani Nezahualcóyotl se levante de su tumba y tome en el Aeropuerto Benito Juárez un avión rumbo a Londres. Desde luego, en Londres no le ocurre nada: “Pasa inadvertido entre jeques, sultanes y embajadores africanos”.
Llega “disfrazado de Moctezuma”, sin guaruras —ya no es su sexenio—, a un hotel relativamente modesto. ¿Querrá ver sus joyas prehispánicas en el Museum of Mankind, o preferirá la comedia musical de moda? Probablemente asista al cambio de guardia de los soldaditos de la reina, antes de correr a Covent Garden, a la ópera, que bien mirada no resulta más extravagante que los ritos llenos de plumas, tambores, pieles de leopardos y desfiles de cortesanos —ataviados como en Norma o Aida— que él mismo (dicen) montaba en Texcoco al Dios Desconocido.
“En Picadilly, por supuesto, se confunde con los punks,/ pelo morado, rojo, pelo de piñata en 5 puntas./ En Tower Records descubre los discos y el rock./ Está en el país del rock, entra y le aplauden,/ se ha ganado el premio a la mejor vestimenta;/ desde mañana dejan las chamarras de cuero negro/ y las botitas de 80 libras de Hyper Hyper./ En Simpsons no lo aceptan porque no trae corbata...”
Afortunadamente..., ¿qué tal si pide un steak humano, un sirloin del prójimo, un T-bone fraterno? ¡Qué embrollo diplomático! Su dizque pariente, el dizque historiador Alva Ixtlixóchitl, dice que él —y sólo él— repudiaba el canibalismo y los sacrificios humanos, pero ese Ixtlixóchitl siempre fue muy mentiroso.
En Nezahualcóyotl recorre las islas (UNAM, 1996), título que evoca los otoños insulares de José Carlos Becerra (aunque no encuentro conexión concreta entre ambos poetas: ¿acaso la experiencia de Londres?), Kyra Galván ofrece un álbum de viajes —Inglaterra, Japón— y una bitácora de la maternidad.
Joyce retrató al artista como un adolescente; Juan Ramón Jiménez escribió poemas de un recién casado; ella narra los episodios de la madre joven. Y de esa transformación que les ocurre a las mujeres —y desde luego, a las escritoras, aunque pocas lo acepten— cuando tienen hijos pequeños. Se vuelven entonces un poco matronas escépticas e irónicas ante cualquier cosa, menos en lo que respecta a sus hijos. Se vuelven sólidas islas en torno a sus cachorritos.
¿Mamás poetas? Suena chistoso entre nosotros, porque llevamos poco tiempo de contar con poesía de mujeres, y conocemos sólo su primer acto: la rebeldía juvenil, de chicas solteras, emancipadísimas y archi-combativas. Ha llegado el segundo: mujeres maduras con hijos. Un poco asombrada de su nueva seriedad, de su nueva solemnidad, la exmuchacha “anárquica y rebelde”, canta sus ritos raigales de madre, y ve el resto de la realidad como algo casi ilusorio, casi inverosímil.
Galván intenta un buen chiste de irreverente jovencita soltera sobre una casada, la autora de Frankenstein: “Mary Shelley dio a luz dos hijos ese verano,/ pero sólo perdura el monstruo, porque a veces, o siempre,/ la maternidad es aquella mezcla de asombro y horror/ ternura y desesperación”. Pero en sus “Poemas de la maternidad” lo que prevalece es el misterio del cuerpo grávido y las hijas que nacen; una tragedia de madre señala que casi todos los otros desastres de la realidad son, junto a aquélla, episodios soportables.
Kyra Galván vuelve a “las contradicciones ideológicas” de lavar un plato, pero ya revestida con las grecas y abalorios de una estatuilla de diosa-madre. Se diría que la época del rock no olvida del todo a Démeter ni a la querida Coatlicue. Hay redes místicas, intermediaciones del universo, intercambios de vida y muerte. Los reinos de Tonantzin. La madre enlutada ha de buscar la poesía en los pozos funerarios del responso: “Reducida a cenizas,/ como incontables estrellas del universo/ descansas ya en una urna./ Y cada ceniza tuya/ es una chispa incandescente de dolor en mi pecho”.
“Recorriendo Picadilly orgullosísima/ con el carrito del bebé”, Kyra Galván sueña la historia. Escribe largos poemas narrativos, como contadora de leyendas: sus héroes y mitos prehispánicos, los ritos celtas y el ciclo artúrico, una batalla asiria entrevista en un friso del Museo Británico, los templos y paisajes del Japón. Y desde esa otra orilla, otra vez “rebelde y anárquica”, arroja su sonora, conocida ira mexicana:
“Qué más es México/ aparte de tolvaneras/ viejas películas y adoraciones a los muertos,/ por no decir al Santo y a Pedro Infante.../ Por qué siempre ese desapego, ese desamor./ Ese temor a sobresalir./ ¿Cuándo carajos vamos a crecer?/ Pueblo niño, adolescente.../ Qué más es México/ además del folclore y el tequila./ La Conquista fue hace 500 años,/ ya es hora de despertar./ Qué más es México/ además de las iglesias coloniales y mercados apestosos./ ¿Llegaremos puntuales a los puertos comerciales...?”
Más grave, más reflexivo, más dolido que sus libros anteriores, Nezahualcóyotl recorre las islas sigue siendo la poesía de la autora de Alabanza escribo. Pero ya no resulta Una pequeña cicatriz en la piel de nadie: hay ahora cicatrices grandes en piel propia. La maternidad se asienta como lo más concreto posible. Es un libro fértil y solar, amoroso de lo verde, de lo que crece, de lo que se logra. Incluso en su dolor, pues se trata de un dolor asumido e incorporado a la vida, más que de combates o rebeldías. Poesía a ratos agria y crujiente, erudita, misteriosa; lucha a brazo partido por conservar su capacidad de travesura y de juego, tan distintiva de sus textos juveniles (como el divertido poema “El deshollinador”).
En este libro la gran sonrisa que Kyra Galván ha dado a la poesía mexicana contemporánea sigue vigente y fresca, arrastrando ahora —orgullosísima— el carrito del bebé por Picadilly. Poemas de madre joven, que por mucho que le busque calaveras a Coatlicue o espadas a La Dama del Lago, dice sobre todo que la maternidad es una fiesta (así sea una fiesta terrible). Parir y criar los cachorritos también tiene sus “contradicciones ideológicas”. Voluntariamente, y con gran fortuna, Kyra Galván impregna estos poemas del tono de madre joven, ya dolorosa, ya feliz, asombrada de su misión y algo irónica.
La poesía mexicana va así ampliando sus registros. Teníamos sobre todo cuadros de muchachas solteras: puras teen-agers (incluso teen-agers de 60 años), porno-inmaculadas de manto azul, medio-psicoanalizadas y medio-ideologizadas, que nos contaban frenéticamente sus ligues en playas o en conciertos de rock. Lo que está muy bien. Pero las buenas épocas de la pintura no sólo consagran óleos a las inmaculadas jovencitas (“¿Estudias o trabajas?”), sino también a “las mujeres de treinta años”, que amaba Balzac, y a las madonas con bebé, mucho más misteriosas y difíciles de cantar.
Kyra Galván, como poeta madura, va a buscar la tumba de Dylan Thomas, su mentor de juventud. Todas las preguntas siguen vivas e irresueltas, después de tanto camino, de tantos poemas. Volver a empezar, ¿desde dónde?:
“Yo he venido a rendirte homenaje/ pero en este momento, sólo quiero hablarte de miserias./ De cómo el amor se hunde en los órganos/ y los hace sangrar.../ Y los idilios más apasionados se ensucian.../ Nadie está exento del dolor en ninguna situación, Dylan,/ ni de la culpa que no sirve para nada,/ sino para hacernos más lentos, más torpes./ Yo he venido a tu tumba a decir una oración para ti,/ pero en este momento no puedo, las lágrimas me ahogan/ y sólo quiero que me regales un poco de magia/ antes de que la escarcha pinte mi pelo con sus dedos blancos/ y mis octubres todos, sean de hielo definitivo,/ antes, comparte conmigo tu secreto.”
No están despojados de magia dylan-thomasiana los poemas al mismo tiempo dolorosos y fértiles, luctuosos y sonrientes, mitológicos y personalísimos, de Nezahualcóyotl recorre las islas. Un nuevo vuelco en la poesía de Kyra Galván, lleno de creatividad y de energía.

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