El
Kipling que sí se lee
Por
José Joaquín Blanco
Desde
joven, Rudyard Kipling (1865-1936) se ganó con cuentos y poemas una popularidad
extraordinaria: exótico, colorido, macabro, algo sádico, bufonesco y profuso en
leyendas, mitos y atmósferas pintorescas de soldados y “nativos” de la India y sus ardedores.
Admitió también la clasificación al principio pomposa, luego oprobiosa -y
demasiado justificada-, de “trovador del imperialismo británico”.
Asimismo se erigió en paladín
internacional de otras virtudes-oficiales de su época: la
educación-mediante-la-violencia (Stalky & Co., 1899), el
orden-por-el-orden, el machismo puritano, el militarismo y la idealización de
la policía y hasta de la policía secreta; el racismo, el nacionalismo arrogante
(“el truculento patriota británico” dice Edmund Wilson: The Wound and the
Bow. Seven Studies in Literature, Nueva York, Farrar, Strauss, Giroux).
Exaltaba el autoritarismo del Hombre
Blanco obligado, como por un “fardo” moral (“The White Man’s Burden”), a
sojuzgar y a modernizar a fuetazos a los debiluchos, pueriles, semidiablescos,
irresponsables pueblos “inferiores” –incapaces de gobernarse y sobrevivir
decentemente por sí mismos- para producir la grandeza y el bienestar del
Imperio Británico. En uno de sus primeros relatos famosos, unos pobretones
truhanes ingleses invaden a cierta etnia arcaica de las montañas de Afganistán,
fingiéndose dioses con armas y trucos de Hombre Blanco, como una parodia de la
conquista de América (“El hombre que sería rey”). No es raro en la obra
de Kipling que otros soldadones, por borrachera, ambición o payasada, devengan
dioses (“La encarnación de Krishna Mulvaney”) u otro tipo de mitos “nativos”.
Expresiones y caricaturas que ahora
nos parecen agrios o grotescos no eran sino la ideología habitual de muchos
blancos de su tiempo con respecto a otras civilizaciones. Ellos exaltaron a
Kipling como insigne portavoz del Hombre Blanco. Su posterior caída en la
estima literaria responde a los cambios ideológicos producidos por las guerras
mundiales, el fin del Imperio Británico y el anticolonialismo; así como a
nuevas posiciones en la opinión pública occidental en torno a cuestiones de
raza, sexo, democracia, sindicalismo, costumbres. Lo primero en descascararse
fue su profusa galería de aguerridos soldados valentones y bufonescos (El
handicap de la vida, Madrid, Siruela), pues a partir de 1914 la opinión
mundial se volvió bastante antimilitarista.
EL
DÉBIL Y EL FANFARRÓN
Borges
protestó porque se criticaban las opiniones políticas de Kipling y no “su
genial labor literaria”. El caso era que siempre estaban entremezcladas. Muchos
de sus libros inducen premeditadamente a tales moralejas y fueron escritos
sobre todo para predicarlas. En su tiempo fueron leídos como evangelio y
glorificación del moderno Hombre Blanco, empeñado en acumular su fuerza,
aun a costa de sí mismo –autorrepresión,
autocastigo- y adueñarse del bárbaro resto del mundo, que de otro modo caería
en el caos y el apocalipsis. O Imperio Británico o fin del mundo. Nunca olvidó
sus laureles oficiales de Mentor de los Jóvenes Blancos: alguno de sus libros
se llama Cuentos terrestres y marítimos para Boy-scouts y Guías Scouts.
Kipling nació en Bombay, donde se crió hasta
los seis años. Primero habló una especie popular de hindú y luego el inglés.
Para que se educase como británico auténtico, fue enviado desde los siete años
a Inglaterra, a “desoladores” pensionados y a estrictos colegios de Inglaterra,
cuya crueldad o brutalidad luego encomió: el Hombre Blanco debía acrisolarse
mediante el castigo a fin de crecer Duro y Firme: forjarse en la rudeza como
Amo. (Sus dos principales invenciones: Mowgli y Kim, son niños huérfanos que se
abren por sí mismos el camino en la vida). Volvió a la India en 1882-1889, como
periodista.
Sin embargo, su vasta obra recorre
infinidad de temas y geografías, con deliberados énfasis éticos y heroicos.
Escribió relatos realistas, históricos, políticos, míticos y hasta
futuristas. (Sigo la espesa biografía de Angus Wilson: The
Strange Ride of Rudyard Kipling. His Life and Works, Penguin Books y The
Portable Kipling, ed. y pról. de Irving Howe, Penguin Books. En
castellano hay numerosas ediciones de Kipling: Aguilar, Edimat, Siglo XXI,
Porrúa).
Con un poder verbal preciso y
prodigioso libró en la poesía la gran batalla del verso tradicional inglés,
medido y rimado, capaz de conquistar un público amplio, contra los afrancesados
simbolistas y vanguardistas que introducían la subversión del verso libre e
intelectual para iniciados. Compuso infinidad de himnos, odas y canciones que
se publicaban al unísono en los principales diarios y se recitaban en escuelas
y cuarteles; fueron más célebres aún que sus cuentos. Parte de esa poesía ha
sido elogiada por Eliot, Yeats, Brecht, Auden y Borges; parte ha sido señalada como
mera propaganda y “periodismo rimado” (Edmund Wilson, quien de paso motejó de
“código anglo-espartano de conducta” al celebérrimo poema “Si...”: “Y sobre
todo, hijo mío, todo un Hombre serás”).
De complexión menuda, débil y
enfermiza, con frecuentes postraciones nerviosas, Kipling soñó
sólidos-personajes-robustos-de-moral-simple-dedicados-a-la-Acción (el progreso,
la guerra, la grandeza del Imperio Británico), a ratos con perfiles de
comicidad dickensiana, a ratos fanafarrones y sádicos con los “nativos
incorregibles” o con hombres blancos infieles o rivales del imperio
(irlandeses, rusos, alemanes, norteamericanos, holandeses, franceses). Edmund
Wilson creyó entrever en su obra un retruécano freudiano: el
nervioso-debilucho-miope-inventa-alteregos-fanfarrones: “Sus bravuconadas y
asesinatos son despreciables: son las fantasías de su desvalimiento físico. El
único heroísmo auténtico que se puede encontrar en las ficciones de Kipling es
el heroísmo de la fuerza moral al borde del colapso nervioso”.
Salvo dos o tres casos, en su obra
las mujeres escasean o sirven roles muy marginales o trillados (sobre todo
maternos). Su principal ideal fue el man’s man (que Hemingway convertirá
en Hombres sin mujeres),
el-hombre-entre-hombres-dedicado-a-la-Acción-y-al-Deber entre los rigores y la
picaresca de la tropa. Sin embargo, otra parte del genio de Kipling, al
principio lateral o menor, residió en su gusto y su admiración por los niños
(muchas veces idealizados o simplificados), su apego por el juego y la magia
infantil, su insistencia en ver el mundo desde la perspectiva de las aventuras
y sueños de chamacos, de la seria y fresca lógica del niño que sabe asombrarse
y enamorarse de la naturaleza. Los niños han defendido a Kipling de la crítica
y sostenido la preeminencia de Los libros de la selva (1894-1895) y
Kim (1901), y de algunas páginas de Precisamente así (Just So
Stories, 1902) y Puck (1906).
Las aventuras de Tom
Sawyer
y Huckleberry Finn, de Mark Twain, el gran inspirador de Kipling (como
en otro sentido, Stevenson), encontraron un prodigioso avatar hindú: Kim, un
chico blanco hijo de irlandeses, huérfano y callejero, criado como anglo-hindú,
recorre un buen trecho de la
India como discípulo y criado de un viejo lama,
entremezclando la avidez infantil con la sabiduría budista.
“La novela Kim, dice Borges,
deja la impresión de que hemos conocido toda la India y hablado con miles de
personas... Esta novela tan precisa y tan vívida está como saturada de magia” (Introducción
a la literatura inglesa). Otros autores no están tan de acuerdo; incluso
Angus Wilson acepta que Kim es una especie de “Ariel [shakespeareano] en una
India ficticia”. Más bien hemos asistido al sueño particular de un chico blanco
entre nativos, con la naturaleza y la cultura hindúes a la manera de
escenografía, tramoya y utilería pintorescas y caprichosas, antes de entrar en
razón como Buen Chico Blanco y convertirse en... ¡un policía secreto británico!
Se le ha reprochado a Kipling su
incapacidad para la novela; sus pobres análisis y su negativa a enfrentar
objetivamente los conflictos, a diferencia de E. M. Forster, quien en Un
paso a la India
encontró sumamente difíciles y dolorosos los tropezones raciales. Conrad
asimismo trazó historias patéticas en las andanzas piratas del Hombre Blanco por
otros continentes. Incluso su obra maestra, Kim, parece más bien una
novela-de-cuentos: una sucesión de fábulas y episodios jubilosos y poco
organizados. Su genio fue fabulesco y de perspectivas parciales. “Un maestro
del cuento, desde sus primeros relatos, que eran simples y breves, hasta los
últimos, no menos complejos y dolorosos que los de Henry James”, añade Borges.
El
PARLAMENTO DE LOS ANIMALES
Al
plastificado habitante del siglo veintiuno le resulta inconcebible cómo verían
aquellos niños victorianos a los animales salvajes, antes de nuestra promiscua
familiaridad con Tarzán y con Walt Disney. Esta reconversión de la fauna
universal en simpaticones dibujos animados de scouts reptantes,
volátiles o cuadrúpedos, tuvo una etapa previa: Kipling, quien heredó milenios
de cuentos sobre animales humanizados, de Esopo a La Fontaine , de Calila y
Dimna a Las mil y una noches, pero que supo recrearlos como si nadie
antes hubiera narrado una fábula. Y de ahí pasaron a los cómics y a las
películas. Todos los animales humanizados de la cultura de masas proceden de
Kipling: se advierte su huella hasta en el Correcaminos y en el Pato Donald, al
igual que en la sátira anticomunista La granja de los animales de George
Orwell.
Las dos grandes obras infantiles de
Kipling: Los libros de la selva y Kim, escritas en su juventud y
ya lejos de la India ,
se cuentan entre los títulos más felices de los tiempos modernos: compendian
con naturalidad y frescura la tradición fabulesca de oriente y occidente, a la
que añaden un gusto británico por la parodia, la excentricidad, las bromas en
serio, la seriedad jocosa; y cierto ritualismo irónico, que realza su emoción y
su dramatismo, sin perder su condición afortunada de libros que los niños
disfrutan y aman, y que los adultos no abandonan.
En Los libros de la selva, a
partir de Mowgli, un bebé humano criado y adoptado por una manada de lobos, nos
asoma a una selva de recreo –un “idilio” dice Irving Howe; un “Jardín del
Edén”, anota Angus Wilson- donde los animales se comportan como bravos chamacos
scouts con sus pandillas y sus pleitos, sus jerarquías y duelos de
honor; con arrogancia y pedantería se ostentan unos a otros sus nuevos
descubrimientos, conquistas o ideas; se dan y toman lecciones; se premian y
castigan; se encomian o reprenden. A los niños les gusta jugar en serio, con
códigos y reglas, con buena fe y alianzas inquebrantables. Siempre son más
civilizados que los adultos. Como Lewis Carroll, Kipling respetaba y admiraba
la inteligencia y la imaginación de los niños. Los chamacos y los animales de
su obra resultan incompablemente más ricos y nobles que los humanos adultos.
Alan Sandison ha señalado que en la vasta obra de Kipling “el amor jamás
aparece, salvo en Kim”, en Mowgli y en algunos animales.
El lector del siglo veintiuno
advierte cierta familiaridad de esa selva con las de Tarzán y Walt
Disney, salvo que Kipling resulta más variado, a ratos incluso áspero: no todo
es azúcar y simpatía; hay sangre, Mal, dolor, desdicha, muerte. De cualquier
modo, sus feroces bestias selváticas son ejemplos civilizatorios: damas y
caballeritos muy dados a los clubs, a las buenas maneras y a los códigos de
honor. Tienen su Ley-de-la-Selva clara y simple, y la obedecen como británicos
ideales en una especie de paraíso social. Priva un facilón “moralismo
prefabricado” [readymade] (Edmund Wilson). Los Libros de la selva
ofrecen una idealizada y libresca infancia victoriana, más que selvas o
animales auténticos de la India
(salvo alguna broma pesada como “Los enterradores” –una charla entre animales
carroñeros- donde Kipling no quiso reprimir, ni siquiera en un
libro-para-niños, su célebre afición por episodios sádicos o macabros, tan
frecuentes en su obra-para-adultos.)
Algún crítico moderno ha observado
que ningún sabio ni aristócrata de París habló jamás mejor francés que los
animales de las fábulas de La
Fontaine ; diríase, en consecuencia, que el francés es una
lengua para animales que los humanos imitan defectuosamente. Frente a Alicia en el país de las
maravillas, según lo advertía Auden (Forewords and Afterwords), el
lector advierte un refinamiento ético, léxico, lógico y cívico superior al de
la realidad social: niños y animales demasiado damitas y caballeritos: Alicia,
el Conejo, la Tortuga ,
Humpty-Dumpty, hasta los Naipes y la
Risa del Gato.
De igual modo, encontramos en Los
libros de la selva una serie de interesantes pandillas de
granujitas-animales más listos, limpios, leales, bravos, educados y expresivos
que los humanos adultos de las oficinas, comercios, iglesias y parlamentos del
imperio. Los animales de Kipling son en realidad buenos scouts con
opulentas fisonomías: garras, colmillos, corpulencia; harto más imponentes que
las ranitas humanas que han de suplir con ropa incómoda y fea la carencia de
regio pelambre. Las perfectas mascotas imaginarias para un niño. Tener un leal
amigo oso y una leal amiga pantera; formar banda con los búfalos, los
elefantes, las serpientes y las aves; combatir al tramposo tigre y a los monos
chusquísimos que se pasan de veras.
Profundizar en Kipling es ir de
asombro en asombro. En contra de la leyenda, aprendió poco en experiencias
propias. Las investigaciones biográficas han demostrado que durante su primera
infancia en Bombay, no “absorbió la cultura hindú” ni salió de los ámbitos de
los colonos británicos; y que, luego, durante sus seis o siete años como
reportero juvenil en la India ,
jamás se aventuró en la jungla. Las descripciones de sus selvas provienen de
textos, atlas, fotografías, dichos. Tampoco tuvo grandes encuentros con
animales salvajes, salvo acaso un oso perdido que entrevió cuando viajaba en
carro por un camino. Sus animales proceden asimismo de fotos, zoológicos,
dibujos, dichos y libros.
Hay en su obra más trabajo de
escritorio y de imaginación que experiencia vivida, de la misma manera que unos
dieciocho años después de la aparición de Los libros de la Selva , Edgar Rice
Burroughs produjo Tarzán (1912) sin haber salido jamás de los
Estados Unidos, pero seguramente con los libros de Kipling al lado. Es de
justicia admitir que no siempre Tarzán degrada o adultera la mitología
ni la ideología de Kipling. Desde luego, el refinamiento verbal, artístico, es
otra cosa.
Durante sus siete años juveniles en la India , Kipling vivió
apaciblemente entre los colonos ingleses y como amo o sahib de algunos
sirvientes locales o coolies. No trató al pueblo bajo hindú y le
resultaban antipáticos los hindúes cultivados o ricos, a quienes juzgaba
hostiles o presuntuosos. También sabemos que sus nociones de budismo no las
adquirió de sus nanas en la India ,
sino hasta los diecisiete años y en un colegio inglés, leyendo La luz de
Asia de Sir Edwin Arnold. Se ha dicho que no lo entendió bien o que
prefirió conformarse con lo superficial, lo exótico, lo macabro y lo
pintoresco.
De hecho, algunas de las tramas de
sus cuentos-para-adultos partieron de anécdotas corrientes entre los colonos
británicos poco ilustrados (burócratas, soldados, negociantes), a las que cada
boca añadía extravagancias, prejuicios y supersticiones que ahora insultan en
ocasiones la inteligencia del lector moderno. Representan más la tradición oral
de los colonos ingleses que la de los propios hindúes.
EL
ATENTADO
Hacia
1940 Edmund Wilson publicó uno de sus ensayos más feroces donde aplicó una
especie de aniquilamiento minucioso sobre el cadáver de Kipling como “autor
serio” (reconociendo el genio verbal al que no siempre conseguían estropear del
todo sus bavuconadas y delirios ideológicos): “El Kipling que nadie lee”. El sonoro paladín de la Carga y la Grandeza del Hombre
Blanco (toda su obra-para-adultos) caía en añicos; sobreviviría el autor de
libros infantiles.
La carnicería analítica de Wilson
sobre la obra completa de Kipling era lúcida, rigurosa, impecable y
perfectamente fundada y documentada. Aunque su entusiasta freudismo-años-treinta
haya pasado de moda, su asalto despiadado contra Kipling deslumbra como un
momento superior de la crítica literaria. Su diagnóstico fue correcto y
profético... Y sin embargo, Kipling sigue gozando de cabal salud como un gran
narrador.
¿Algo falló? ¿No era Kipling culpable
de todos los crímenes literarios e ideológicos analizados por Edmund Wilson?
Desde luego, y ahora parecen incluso más evidentes: pero resulta que han dejado
de leerse y de recordarse buena parte de los textos arrogantes –muchos de sus
relatos, casi todos sus ensayos, sermones y poemas- en que se fundaba o se
ostentaba el “trovador del imperialismo británico”; el moralista simplón,
“prefabricado” y automático; el “nacionalista truculento”, el machista
fanfarrón, el racista desaforado.
Se diría que Kipling ha ganado con
tan cuantiosa pérdida. Tan tajante mutilación operó como cura o poda. Olvidado
o banalizado su aparatoso rol de Supremo Guía Scout de la Juventud Blanca y
de Trovador Oficial del Imperio Británico, y hasta disminuido el papel guerrero
de Inglaterra en el mundo (ahora ejercido tras el cómodo escudo
norteamericano), Kipling obtiene una especie de impunidad o de absolución
parciales, y lo que resta apenas lo decora como rasgos pintorescos o
extravagantes.
Quedan sobre todo, liberados de tan
odioso lastre, Kim y Los libros de la selva, reinando entre los
libros para niños que también los adultos leen y releen a cien años de
distancia. En ellos se trasluce algo de la ideología de Kipling, claro, pero
muy desvanecida, como si fuesen cuentos de hadas, ¿y a quién se le ocurre
criticar los despropósitos de ogros, príncipes, brujas, princesas y sapos en
los cuentos de hadas? Hasta algunas grotescas caricaturas y burlas de la
sociedad, la religión o las costumbres hindúes parecen a ratos viñetas casi
inofensivas, a la manera del exotismo-de-cómic de Tarzán o de Indiana
Jones, y nadie supondría que fueron pensadas y predicadas no sólo en serio,
sino a gritos.
Así, la voluminosa obra para-adultos
de Kipling ha quedado casi prohibida, olvidada o muerta (ya sólo accesible a
especialistas) durante décadas, a pesar de algunos intentos de los estudiosos (The
Portable Kipling) por rescatar entre ese magma algunos cuentos y poemas en
los que, como Edmund Wilson aceptaba, el ideólogo no lograba estropear del todo
los relatos. Ese rescate está todavía en
discusión: hay quien opina, por ejemplo, que sus cuentos tardíos son más
profundos y artísticos, y quien los encuentra simplemente pretenciosos y hasta abstrusos.
Como señala Irving Howe, ha correspondido
a los relatos infantiles que en su tiempo parecían parecían trabajo “menor”,
sostener la considerable grandeza literaria de Rudyard Kipling, a quien la
literatura latinoamericana debe algunas inspiraciones de Borges y sobre todo de
Horacio Quiroga.
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