domingo, 12 de octubre de 2008

BOSWELL Y EL RAMONISMO

Retratos con paisaje
Por José Joaquín Blanco
BOSWELL Y EL RAMONISMO
James Boswell (1740-1795): La vida del doctor Samuel Johnson (Austral). No encuentro mayor gusto en esa obra tan alabada, ni descubro por qué se dice que, si bien Goethe es más genial que Johnson, Boswell resulta más inteligente que Eckermann. Mi Eckermann está todo subrayado, y no encontré casi nada que señalar en mi vieja edición, antológica, de Boswell en Austral. Quien le sacó entonces mejor partido a su biografiado-en-vivo fue Eckermann. También tengo muy anotado mi tomote Selected poetry and prose de Johnson (especialmente The Rambler, The Idler, Rasselas, Lifes of the poets, los prólogos a su diccionario y a su Shakespeare, algunas cartas), pero no me impresionaron mayormente los dichos y anécdotas del viejo (habla poco de su juventud) camello: tosco, atrabiliario, excénctrico, puritano, conservador, chovinista, monárquico y sobre todo profesorsote ultraprovinciano, que dibuja, no sin humor, Boswell. El que conversa con la bocota de Gargantúa sobre puros asuntos piadosos y convenientes.
Tanta extravagancia para llegar al "buen sentido", tantos juegos de palabras para aterrizar en las opiniones políticamente correctas y en la alabanza de las instituciones poderosas de su época. No asoma jamás su genio crítico, sino el perfil folklórico de un profesorsote que ha seguido el camino más elaborado posible para decir "sí" a casi todos los prejuicios y opiniones reinantes de su tiempo. Hasta lo creo insincero: sospecho que sus abrumadoras defensas del status quo, de la religión, de los tories, de las leyes y costumbres de su momento, se deben menos a sus convicciones o a sus razonamientos, que a un partido tomado desde el principio de sumarse al modo de vida imperante. La vida debe ser como es y punto. Estar en desacuerdo con el rey, los nobles, los obispos y los prejuicios de los abuelos pueblerinos, siempre es un error, por el solo hecho de discordar.
Así le parece mal que un inglés sea poco cristiano y un árabe poco musulmán, por ejemplo: no importa la crítica del pensamiento religioso, sino la obedencia y veneración a lo establecido y sancionado por el poder; de la misma manera creo que se escandaliza un tanto tartufescamente con Voltaire y Rousseau: lo escandaliza la insolencia de que esos dos letrados se permitan escandalizar, en lugar de doblar el cuello como él y servir sin chistar a lo establecido.
Me gusta más cuando traga, sudando, o cuando por pura fodonguería anda excéntricamente sucio e impresentable. Boswell destaca demasiado el perfil folklórico de la celebridad local que dice muchas frases elaboradas contra toda innovación, en reuniones con otras celebridades locales igualmente conservadoras y pacatas, y poco al lector inteligentísimo y original de los clásicos ingleses y grecolatinos. El oso erudito.
Por lo demás, la "sabiduría natural" de Johnson -fuera de la erudición literaria o filológica- era la misma de cualquier ultraconservador pastor pueblerino, que no sólo encuentra herejías en los libertinos franceses, sino hasta en los granjeros de Escocia. Me gusta que se haya opuesto a Macpherson -olfato literario infalible, desde el primer momento, contra la falsificación de Ossian-, y que se indigne contra la independencia norteamericana: "¡Cómo se atreven a gritar tanto en favor de la libertad quienes viven precisamente de traficar con esclavos negros, y explotarlos! ¡Que empiecen por practicar la libertad a la que aspiran!" (Reelaboro un poco el fragmento 123).
Hay en el Johnson de Boswell sólo un sabio viudo viejo: celebridad local -pobre, plebeyo, malhumorado, rutinario- que defiende los prejuicios más establecidos con excentricidades ingeniosas, ante el regocijo de otros parroquianos tan casi curas-laicos como él, tan casi profesores oficiales y súbditos ejemplares y cristianos ejemplares de su parroquia. No hay sentido crítico ni mayor ambición intelectual que esos juegos de palabras para terminar diciendo que Londres siempre es preferible a una granja e Inglaterra a Escocia.
A lo mejor los ingleses le siguen teniendo demasiado afecto a esta figura casi típica del predicador inglés. Excéntrico pero prototípico, extravagantemente convencional a ultranza. Su exotismo es el de ser el más radicalmente convencional de todos. El libro de Boswell está así más lejos de las obras de Johnson -casi ni las representa-, que el de Eckermann de las de Goethe.
Según Boswell (p. 127), el doctor Johnson advirtió como fuente del soneto de Quevedo sobre las ruinas de Roma ("lo fugitivo permanece y dura") a Justius Vitalis: "...immota tabuscurunt; / Et quae perpetuo sunt agitata manent".
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Acaso juzgo demasiado severamente a Boswell. Su libro de cualquier modo es muy peculiar. Una comedia de viejitos con peluca, trajes austeros, con cierto aire clérico-académico, muy conservadores en cuestiones de religión, política y costumbres, que libran pantagruélicas batallas sobre minucias, siempre con aire formal y cortesano. Sus escándalos son si las hebillas resultan muy grandes, el vino muy insípido o el asado de cordero algo ineficiente; si alguien saluda con mayor o menor ceremonia o prontitud de lo convenido. Evitan por principio, como asuntos indignos, todos los temas fundamentales de la vida y la sociedad; los dan por establecidos, y se solazan en los detalles periféricos. Se habla poco de sexo, de hambre, de miseria, de guerras, de injusticias, y mucho de si mengano o sutano acatan las buenas maneras.
Es un libro de viejos para viejos, sobre un viejo, escrito por otro viejo. Un muchacho compañero de juventud de Johnson habría escrito en su momento un libro muy diferente. Pero hay un Club Literario de ancianos prestigiosos desde que empieza a escribirse, todos con ropa austera, peluca y carotas respetables. Muy su derecho, muy su comedia de caracteres.
No me gusta la imagen que queda de Johnson, fanático en asuntos de erudición y conveniencias, y prácticamente imbécil o insensible a todo lo demás. Es la época de la crítica contra la teología, de Sade y de Laclos, de la lucha contra la pena de muerte de Voltaire y del replantamiento del pacto social de Rousseau; del Diccionario filosófico y las Confesiones; de Diderot y Montesquieu. Johnson desprecia a Hume, a Locke, a Sterne ("Nada tan extravagante puede perdurar". Bueno: Sterne ha perdurado). Fuera de su imperio literario y lingüístico -donde imperaba como todo un Júpiter- debió parecer un rústico cavernario a sus contemporáneos ilustrados de Francia.
Me simpatiza sin embargo el ogro erudito, el escritor intolerante y áspero ("Gargantúa), y no sé qué de caricaturesco y de excéntrico en su vocación por el conservadurismo cavernario, más cuestión de formas que de emociones o ideas. Ya vendrá el Club Pickwick a hacer de las suyas.
De cualquier modo, me prometo releer mi viejo tomote de Johnson.
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Efigies de Gómez de la Serna (Aguilar); algo sabe y no carece de gracia, pero cuánta charlatanería desbocada. D'Aurevilly, Villiers, Nerval, Ruskin, Baudelaire.
¿Quién le dijo a Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) que sabía escribir? No supo. Podía decir sus cuantiosos chistes y greguerías, desde luego jocosos, y que siempre parecen significar mucho más de lo que en realidad están diciendo: monótonos trucos de saltimbanqui verbal. Si después de la carcajada uno vuelve sobre ellos y trata de meditarlos un poco, se desinflan como globitos. Se queda uno con pedacitos de hule en la mano. Pasen; a la literatura castellana del siglo XX no le sobran chistosillos.
Pero cuando la frase le se alarga y se le vuelve párrafo, invariablemente hay catástrofe en Gómez de la Serna; y peor aun cuando el párrafo se le alarga y se le vuelve artículo, y el artículo se alarga y se le vuelve mamotreto. Sencillamente no sabe componer, no sabe enjuiciar, no sabe lo que dice. Fárragos donde sobrenadan chistecillos que mejor hubiese sido imprimirlos como greguerías.
Su "efigie" de Jules Barbey D'Aurevilly, un desastre. Pastosa, insignificante, inocua, profusa, desatinada, dispersa. Es una lástima pues emprendí su lectura con grandes esperanzas: desde hace mucho me he prometido revalorar a Gautier y a D'Aurevilly, siempre impresionado por la enigmática fascinación que ejercieron sobre Baudelaire y Verlaine, Wilde, Valle-Inclán, el propio Gómez de la Serna y Cardoza y Aragón. Nunca consigo interesarme mucho en ellos. Como hace treinta años, Barbey sigue siendo para mí apenas un cronista del dandismo, con unos cuantos chistes no demasiado memorables. ¡No lo encuentro mencionado en mi enorme antología de la literatura francesa en cinco tomos, donde sí incluyen a Loti! Pero tampoco mencionan a Villiers ni a Schwob.
Sería fácil dictaminar que a Gómez de la Serna lo perdió su vanidad de ejercer como perpetuo inteligentísimo y sorprendente. No lo perdió nada. Nunca hubo mucho en su cabezota, salvo una mecánica habilidad para efectos chistosos, reiterada hasta la náusea. Humorismo gratuito. Con eso no se hace un ensayista pasable. Se fabrican mecánicamente toneladas de greguerías, de puntadas. Con cierto recelo me aventuraré en su efigie de Villiers. No creo terminarla.
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La "efigie" de Villiers es menos mala, aunque quedan intocados tanto la estética como el pensamiento del inventor de "cuentos crueles"; el greguerista se demora y se engolosina con la celebración de excentricidades y anécdotas. Mejora un poco más la de Nerval, que culmina con una curiosa (y pedantesca) apología del suicidio. El caso es que no sirven como textos, como ensayos. Todo lo vuelve greguería. Todo tiene que ser drolático, paradójico, bizarro, exótico, delirante: ramoniano. Traduce al ramonismo todo lo que toca y nos enteramos mucho menos de las vidas -y absolutamente nada de las obras- de Villiers y de Nerval, que del narcisista, exclusivista virtuosismo en el bordado de greguerías de Gómez de la Serna. Me aburren. Pura reiteración del propio estilo, de tres o cuatro efectos epigramáticos. Basta una antología de greguerías, y no tanto mamotreto reiterativo.
Por lo demás, Nerval era ya un gran poeta -un don verbal prodigioso, una segura composición artística, una imaginación nueva- mucho antes de que le diagnosticaran sus desequilibrios mentales. Goethe lo celebró cuando Nerval tenía apenas 18 años y tradujo la primera parte del Fausto. Su locura y sus excentricidades sólo amueblaron con suntuosas analogías su natural inclinación por la "poesía pura", por el misticismo sentimental y por la profusión esotérica. Nerval dotó de una estética y de una imaginería poderosas al simbolismo y al surrealismo, sin proponérselo, expresando sencillamente el arte que le gustaba y en el que creía. En los seguidores fue industria lo que para él fue individualismo espontáneo, natural, desinteresado: gratuito.
Sus dandismos, miserias, misticismos sentimentales y enfermedades de la razón quedan restringidas a los comentarios anecdóticos, que son los únicos en los que se ceba Gómez de la Serna: lo conmueve el bohemio loco enamorado de damas que él mismo se inventa como imposibles y mentales, el dandy drolático en la miseria y el enigmático suicida, pero no el poeta majestuoso de versos sibilinos, que probablemente no signifiquen mayor cosa que su amor por la majestad y la pureza de la poesía, y por las analogías heráldicas, místicas y esotéricas, que él mismo confiesa no entender y descree de que alguien pueda descifrarlas.
Por lo demás, me gusta poco Nerval; aun en su perfección suena sentimental y quejumbroso. En cuanto a mercancías puras, lujosas y esotéricas que "no significan nada", prefiero a Mallarmé. Pero entiendo que todo el amor por el vacío puro poblado de esoterias en lenguaje estricto y enjoyado viene sobre todo de Nerval... ¿Pero de veras mucho de ello no estaba ya en Byron, en Chateaubriand y en Hugo? Frente a ellos, Gautier parece cada vez más estúpido y banal. Uno se siente dispuesto a apreciar a Gautier cuando lo ve atacado, pero tal culto sin una razón precisa, sin un texto probatorio ya no digamos de su excelencia, sino tan solo de su pertinencia, mueve más a la antipatía que al fervor.
Aplazo para otro día las "efigies" de Ruskin (nomás por no dejar inconcluso el volumen) y, al último, adrede, la de Baudelaire. A éste siempre lo he conocido y admirado mucho y preveo mi fastidio ante el chismorreo ingeniosillo de Gómez de la Serna. El ramonismo fue un fraude, como casi todos los prestigios hispánicos.
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No hay ramonismo ni greguerías en la "efigie" de Ruskin, sino fárrago estético-sentimental, indigerible. Trata de ser más Ruskin que Ruskin, y no hace sino parodiarlo. No queda claro ni el pensamiento ni el estilo del inglés, sino su afición a no sé qué beatíficos paisajes del alma. Reescribe las páginas de Ruskin sobre el Giotto: ¿para qué? En fin: pereza profusa. No medita, no elige, no compone: parlotea, extasiado ante su facilidad de evacuar incontinentes, automáticas cuartillas reiterativas. Mera locuacidad autocomplaciente y autosatisfecha en su tono "artístico-moral".
Las páginas sobre Baudelaire intentan hablar algo sobre Las flores del mal; no lo consiguen. Que muy sufrido, que muy original, que muy humano. Paradojas fáciles del peor gusto: "Baudelaire era frente a la gran prostituta lo que se podría llamar el gran prostituto, con todos sus temores, sus temeridades, sus maldades y sus escapularios de ensangrentado reverso". ¿De veras? ¿"Todo" eso, "gran prostituto"? Por favor. Baudelaire fue un genio crítico -intelectual y estético- que supo hallar formas nuevas, de gran musicalidad y con muchos matices, para expresar las pulsiones de la carne desde la perspectiva de la culpa. Dandismo, droga, deudas, ambición frustrada, torpeza práctica ante la vida, misoginia y pasión sexual. ¿Cuál prostitución?
Un pobre pequeñoburgués como tantos, pero que en lugar de acallar las huellas del sentido cristiano de la Culpa y del Mal, les confirió una voz reflexiva y emocional en poemas que se ofrecen como examen de conciencia. Y cierta entronización de la derrota, la caída, el fracaso, la pérdida en el lugar de los Grandes Triunfos afirmativos, pero todo ello menos sentimental que sensorial. Más sentidos que sentimientos. Se siente sentirse; habla menos su corazón que su olfato, su tacto, su oído, su vista, su gusto; su sueños, su memoria...
La originalidad de Baudelaire es su inteligencia y su sensibilidad tan exacerbadas como autocríticas; creó poemas y un estilo minimalistas: sinceros, auténticos, ajenos al romanticismo engolado, público, exterior, monumental de Hugo -aunque en Hugo hay de todo. Un intimista minucioso y franco, que advierte y se entrega a las contradicciones funestas.
No pecó demasiado Baudelaire con la negra Duval: la amó con lujuria y culpas cristianas, racistas, sexistas, como medio mundo en su tiempo tan sobrerotizado como puritano. Lo mismo la droga. Fue manirroto, se arruinó, no supo ganarse la vida; padeció enfermedades tremendas en su edad madura. Pero lo dijo todo: se permitió confesarse por entero con su lector. Creó esa nueva, difícil complicidad, entre lector y autor tan apasionados como hipócritas, semejantes, hermanos. Su franqueza, su intimismo, su inteligencia crítica, la habilidad versificadora, el metro que canta y medita en medio de las contradicciones.
Más de cien páginas de anécdotas y chismes de Gómez de la Serna. Algunas greguerías, dandismos y excentricidades. Se acerca algo al ensayo literario, pero a un mal ensayo literario: una charla bonachona sobre un pretendido archimaldito extravagante, con mucha falsa psicología y poco comentario literario. ¡Y a esto llaman las Cumbres Hispánicas! Lo que mejor ofrece Baudelaire: espíritu crítico, expresión de lo mayor en lo mínimo (litote), maridaje discreto -sin estridencias- de las contradicciones, ni siquiera lo sospechó Gómez de la Serna. Otro libro a la basura.
Por otra parte, se supone, según declaraciones expresas de su autor, que las greguerías eran meros chistes, "metáforas + humor" (sic), guiños intrascendentes y pasajeros; luego, cuando nos las volvieron surrealismo, (des)constructivismo y vanguardia de la modernidad, perdieron intrascendencia, ligereza, guiño y humor. Se volvieron bretonadas asníferas.
Nada más regocijante que escuchar o leer de pronto alguna de las mejores Greguerías (Cátedra) de Gómez de la Serna; nada más asnal que un tomote de miles de su Total de greguerías. A veces uno no sabe si se está riendo por asombro... o por estupidez; uno también se caracajea de cada tarugada: "La muerte es hereditaria", "La Ñ dice adiós con su pañuelo a los niños y a los ñoños", "La A es la tienda de campaña del alfabeto", "La S es el anzuelo del abecedario", "Jazz: todas las cacerolas llenas de contento", "Bígamo: viga para sostener dos mujeres", "La espuma es la alegría de la cerveza", "El portero de fútbol parece un perro que roe el hueso de la impaciencia en la puerta de la perrera", "El pétalo de un beso", "Las costillas del esqueleto son como una jaula rota de la que se ha escapado el pájaro", "El cisne mete la cabeza debajo del agua para ver si hay ladrones debajo de la cama", "El polvo está lleno de viejos y olvidados estornudos", "La coliflor es un cerebro vegetal que nos comemos", etcétera.
Me molesta en consecuencia la ocurrencia de Paz, ese sistemático despreciador de Unamuno, de salir con que Gómez de la Serna, era el "único" escritor español "verdaderamente moderno y cosmopolita", Único y Enmayusculado. No le niego sin embargo gracia a Gómez de la Serna, pero sí "cosmopolitismo y modernidad" deliberados y programáticos. Sus greguerías son conceptismo del siglo XVII -las estrellas como "gallinas de los campos celestiales" que Borges atribuyó a Gracián- y hasta meras españoladas, caprichos de gachupín emboinado frente a los toros, chistes de gallegos, baturradas y valentonadas del ingenio butifarrista; barbaridades regionalistas, humor de peña o de clique.
Algunas pueden relacionarse dizque con Pound o los haikú, sin duda; en el regionalismo cabe la universalidad, y ciertos ideogramas mayas o náhoas también pueden ser retomados por los escultores de Helsinski. Pero aquí tenemos a un mero gachupín que dice barbaridades en la tertulia, muy parecidas por lo demás a los refranes populares y al ingenio de los cronistas de toros. Sanchadas y quijotadas, busconadas o goyescas, celestinadas y lazarilladas de arcipreste "supersónico" del buen amor o del buen humor.
Las greguerías deben consumirse con moderación. Una o dos pueden conformar toda una fiesta; con cinco queda uno abrumado, congestionado y disparando digamos bostezos. Las greguerías de los gregüescos.
Por lo demás, guste o no, el hecho duro, comprobable, es que fueron Unamuno, Machado y Ortega quienes abanderaron del pensamiento moderno español del siglo XX, no Gómez de la Serna, ese torerazo de las metáforas, ese panderetista de las paradojas.
Otras greguerías: "El Dante iba todos los sábados a la peluquería para que le recortasen la corona de laurel", "El que pone la mano en la oreja para oír mejor parece querer cazar la mosca de lo que se dice", "Miércoles: día largo por definición", "El que está en Venecia es el engañado que cree estar en Venecia. El que sueña con Venecia es el que está en Venecia", "Lo que pone más rabiosa a la ballena es que la llamen cetáceo", "Las golondrinas entrecomillan el cielo", "El Creador guarda las llaves de todos los ombligos", "En la piel del tigre está su cólera laberíntica", etcétera. Hay otros muchos bien logrados, y un aluvión de baturradas.

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