jueves, 6 de noviembre de 2008

GUILLERMO BONFIL: LITORALES DEL MÉXICO PROFUNDO

BONFIL: LITORALES DEL MEXICO PROFUNDO
Por José Joaquín Blanco


El México profundo de Guillermo Bonfil Batalla ofrece un sugerente, provocador, radical cuestionamiento crítico de la historia de México y, en seguida, una sorprendente proposición de cambio cultural, casi de cambio civilizatorio. Demolición crítica de lo que llama el "México imaginario" y reivindicación y profecía de su "México profundo".
Es difícil rebatir los argumentos de Bonfil en la parte crítica, tanto en la denuncia del hoy como en la exposición de una historia nacional hecha siempre en contra de los indios, durante siglos la gran mayoría de los habitantes de México; en contra de sus costumbres, de su ecología, de su supervivencia, de su esperanza, de los mínimos derechos individuales y sociales, que así sea de dientes para afuera, todas las legislaciones les han concedido (del Derecho Canónico a la ONU).
Dice: "Entre las culturas de estirpes mesoamericanas y las sucesivas variedades de la civilización occidental que han adquirido hegemonía entre los grupos dominantes de la sociedad mexicana, no ha habido nunca convergencia sino oposición. La razón es simple y es una sola: los grupos sociales que han detentado el poder (político, económico, ideológico) desde la invasión europea hasta el día de hoy, afiliados por herencia o por circunstancia a la civilización occidental, han sostenido siempre proyectos históricos en los que no hay cabida para la civilización mesoamericana"; la presencia múltiple de la civilización indígena ha sido siempre "un obstáculo que impide caminar por el único sendero hacia la meta válida" (cristianismo, nación moderna, desarrollo, progreso, "la Revolución misma)"; "la civilización mesoamericana, o se da por muerta, o debe morir cuanto antes", para que el colonizador logre su futuro propio; "los proyectos de unificación cultural nunca han propuesto la unidad a partir de la creación de una nueva civilización que sea síntesis de las anteriores, sino a partir de la eliminación de una de las existentes (la mesoamericana, por supuesto) y la generalización de la otra" (la occidental, por supuesto).
Se hizo la nación mexicana en el siglo XIX echando por la borda la existencia real de más del 80% de su población, los indios: "Consolidar la nación significó, entonces, plantear la eliminación de la cultura real de casi todos, para implantar otra de la que participaban sólo unos cuantos... Las luchas entre conservadores y liberales expresan sólo concepciones diferentes de cómo alcanzar esa meta, pero en ningún momento la cuestionan". Luego, a pesar de que los indios pelearon con Zapata en la revolución en defensa de sus pueblos y sus tierras: "más que a Porfirio Díaz, la Revolución derrotó a Zapata".
Dice: "La noción de la democracia, establecida hace dos siglos como una de las aspiraciones vertebrales de la civilización occidental, se convierte, al ser trasplantada mecánicamente como postulado del México imaginario, en una serie de mecanismos de exclusión que transforman al pueblo real en no-pueblo. Una curiosa democracia que no reconoce la existencia del pueblo y se plantea, en cambio, la tarea de crear al pueblo, para después, seguramente, ponerse a su servicio. Una sorprendente democracia de la minoría, un proyecto de nación que parte de considerar ajenos a los grupos mayoritarios del país. Un proyecto, en fin, que vuelve ilegítimos el hacer y el pensar de los más de los mexicanos: el pueblo termina siendo el obstáculo para la democracia".
Es difícil rebatir esto.

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Igualmente difícil resulta a ratos asumir enteros los argumentos propositivos del México profundo sin, al menos, apuntar que en el libro de Guillermo Bonfil Batalla ocurre un agudo proceso intelectual que consiste muchas veces en llevar al extremo los razonamientos, en reducirlos a cifras radicales que, por atractivas y estimulantes que parezcan, convocan tanto al entusiasmo por el vigor y la audacia del pensamiento de su autor, como a las facultades críticas: ¿de veras esto es posible en la realidad? ¿de veras esto está de acuerdo con la realidad? ¿es concreto? ¿es deseable? ¿O hay por el contrario una voluntarista extrapolación lógica?
Así, después de su formidable recuento de la historia de México a partir de la continua destrucción de los indios, y de cómo uno a uno han venido fracasando desastrosamente los deshilachados intentos modernizadores de la minoría occidentalizada, Bonfil afirma sobre la crisis de los ochentas: "Lo que nos inmoviliza hoy es algo mucho más profundo: el desvanecimiento de un proyecto [modernizador, el de la Revolución] y la incapacidad de otro que no reincida en las viejas trampas... La única salida posible, ardua y difícil sin duda, pero la única, es sacar del México profundo la voluntad histórica para formular y emprender nuestro propio proyecto civilizatorio".
Pero en el mundo actual, que con mayor crueldad aún que en épocas anteriores castiga a las civilizaciones particularistas y excéntricas, ¿es ello posible? ¿es viable? ¿no resulta ya demasiado tarde para tal diferenciación "civilizatoria" radical?
Quizás el México imaginario y el profundo ya no puedan deslindarse. En una modernidad mundial homogeneizadora, que ya no admite límites ni soberanías que todavía hace unas décadas le parecían tolerables, ¿podemos permitirnos la exorbitancia de un camino extrapolado, un proyecto civilizatorio radicalmente particularista, sin riesgo de suicidio?
En un México hecho a base de oprimir, marginar y expulsar a los indios, una nación que les niega hasta la tolerancia, ¿es algo más que una profunda imaginación el sospechar tamaño regreso al "proyecto civilizatorio" mesoamericano".
Me temo que si bien los indios han logrado sobrevivir valiente y talentosamente, Occidente ya se ha metido hasta las más profundas raíces del país, de su cultura y de su gente, que ha creado nuevas culturas modernas y nueva gente moderna, que ya no podemos escoger --si hubo algún "nosotros" que alguna vez hubiese podido escoger--, que ya no podemos pensar sino en una reconciliación plural de culturas.

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Bonfil plantea la urgencia de asumirnos como una nación pluricultural y pluriétnica... Nada más justo ni más cierto: pero debe aceptarse que el proyecto del México Imaginario ha tenido avances --así sean en muchos sentidos catastróficos-- en las últimas décadas, y que una buena parte de la población mestiza y blanca, que ya multiplica por diez la comúnmente llamada indígena, camina por el contrario rumbo a una homogeneización precipitada, y con grandes codiciosos ojos puestos en el modelo norteamericano y europeo, aunque tal cosa no sea siempre justa, ni siempre nos guste, ni siempre sea hermosa. ¿Argumentos como el de la oposición beligerante de un nuevo proyecto mesoamericanista no resultarían más dañinos que colaboradores a la urgencia de una reconciliación de etnias, de clases y de culturas? ¿No se prestarían también a justificar la marginación y la segregación de los indios?
Guillermo Bonfil creía que, por el contrario, la afirmación del proyecto mesoamericano tendría éxito incluso entre aquella nueva mayoría de mestizos, a quienes él consideraba indios ocultos, "indios que se habían olvidado de que lo eran", que solamente habían perdido el nombre de indios para colgarse los espantajos del lumpen o del clasemediero. Pero ese proyecto ¿es factible frente a la convivencia y las amenazas internacionales? Bonfil creía que tal afirmación en el México Profundo fortalecería la soberanía nacional y las cartas de México en el juego mundial.

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Es desde luego urgente, aun dentro de la misma tradición occidental, tan mal implantada en México durante siglos, la reconciliación de razas, clases, regiones y sectores en una nación plural. Y en ella, desde luego, una gran reivindicación indígena. Tal vez no, al menos como norma generalizadora, el proyecto civilizatorio mesoamericanista de Bonfil, pero sí, necesariamente, el respeto y la justicia a los indios y a sus tierras, a sus lenguas, sus culturas y sus formas de gestión política; sí "la liberación de las culturas oprimidas", sí la revaloración y la reconciliación de etnias, clases, culturas y regiones de México en una amplia sociedad pluralista.

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Por los mismos años que a Bonfil lo atareaba el México Profundo, Luis Cardoza y Aragón trataba de entender las profundidades guatemaltecas (Miguel Angel Asturias. Casi novela): "¿Qué asumiríamos hoy de las sociedades precolombinas? Hace tiempo sabemos que las civilizaciones son mortales, sin necesidad de la recordación de Paul Valéry... No debemos idealizar sus sociedades que vivieron imperialismos tribales y luchas de clases... Los indios no quieren dejar de ser indios y los dominadores no quieren que dejen de ser indios. ¿En qué consiste para nosotros que ellos sean indios? Las preguntas no son de sencilla respuesta. Sospecho que ser indio estriba en la opresión y el despojo, en la inalteración, en la fijeza de su hábitat, de usos y costumbres y tradiciones, elementos que a pesar de todo se han ido hibridando. ¿La condición india se enmaraña en la permanencia de las condiciones en las cuales viven? La falta de evolución no los ha liquidado pero sí los ha esclavizado. La constancia en su rutina es inestimable para su explotación despiadada. Si este criterio del indio y de lo indio guarda cierta verosimilitud, ¿se debe a que no sabe defenderse ni sabe protegerse? Su condición es un requerimiento de los dominadores. Algunos indios evalúan tal condición como protectora y defensora de ancestrales privativas esencias... El racismo ha sido tan innoble que quizás los indios reclamen que se mantengan los dos conglomerados: una nación indígena separada... ¿Viven los indios jactancias de raza pura? ¿De raza superior? ¿Rechazan todo mestizaje sin advertir que aun en su aislamiento lo viven? ¿Son racistas los indios? ¿Nosotros los obligamos a serlo? ¿Se lo exigimos con nuestro congénito racismo? ¡Claro que así ha sido!... No importa qué organización se den los indígenas no escaparán al mercado económico mundial; no podrán librarse del presente y, dentro de tales condiciones, encontrarán sus propios caminos para no seguir empobreciéndose... Con apoyos materiales y adoctrinamientos posibles y eficaces por su ignorancia, el indio soldado mata a su hermano campesino... No creo que el mestizaje sea una necesidad; creerlo es racismo. Es un hecho que se ha ido produciendo pese a las mutuas discriminaciones... Cierro mis notitas sobre los indios con palabras de Arthur Rimbaud: 'Es necesario ser absolutamente moderno'".

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Advierte Bonfil que hoy, menos aun que en la rigurosa época colonial, no se permite al indio que siga siéndolo: se lo obliga a desindianizarse, si quiere sobrevivir, y esta desindianización consiste en lumpenproletarizarse: pierde lo secular a cambio de la ínfima categoría humana que el progreso modernizador crea en las ciudades industriales con el señuelo propagandístico del progreso: "No se concede a sectores de cultura india... ningún derecho a conservar y desarrollar su propio proyecto civilizatorio... En términos de ideología dominante, la civilización india no existe"; "los campesinos tradicionales ya no se reconocen indios, aunque vivan una cultura predominantemente india; los grupos urbanos subalternos no son culturalmente homogéneos: algunos mantienen como cultura de referencia la de sus comunidades de origen, indias o campesinas; otros, han forjado una cultura popular urbana de vertiente india, pero adaptada y transformada por una larga experiencia de vida en la ciudad; unos más se debaten en la anomia, en la inestabilidad, oscilantes entre el lumpen y el espejismo clasemediero".
¿Realmente los indios perdieron la guerra, después de perder tantas batallas de conquista y colonia, de occidentalización de los siglos XIX y XX? Guillermo Bonfil cree que México no se ha desindianizado, que por el contrario, al adecuarse a sucesivas situaciones históricas --tratos con los vencedores, contactos con la civilización occidental, rupturas en su identidad tradicional y hasta en el concepto biológico de raza, de modo que muchos mestizos biológicos se consideran indios culturales--, el México Indio, el "México profundo", se enriquece y fortalece, y se prepara para enfrentar el mundo moderno.
Bonfil convoca a revisar las cuentas alegres de México como proyecto "Imaginario" o esquizofrénico de civilización occidental, hecho de espaldas a la realidad y con demasiada avidez de riqueza y poder para la minoría dirigente, el proyecto que se encontró en los años ochentas de este siglo en grave crisis, y las cuentas tristes de México como un fracaso de país indio y de culturas variadas, modestas y propias, bien arraigadas en la población, la historia y la geografía de la muchedumbre: el "México profundo" en el que ve grandes promesas todavía.

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Hay un estremecimiento lascasiano en la primera parte del libro, "La civilización negada", que fray Guillermo de Bonfil escribe lleno de indignación histórica y humana. André Gide decía que se consideraría un escritor senil cuando hubiese perdido la capacidad de indignarse; un historiador o un antropólogo debe considerarse un jilguerillo de academia cuando pierda su capacidad de indignación.
La indignación moral e intelectual de Bonfil era su juventud cultural y vital: una indignación inteligente y sabia, bien controlada por una mente capaz de encauzarla en requisitorias y tratados inapelables.
Su encendida verdad tuvo la virtud de estremecer nuestro vergonzante conformismo frente al etnocidio indígena, frente a nuestra moderna civilización como un mero proyecto de convertirnos en los monos lúmpenes de Houston, los simios agringados de Brownsville, las muecas chafas de la industrialización y el progreso.
Bonfil no se presume imparcial: es un historiador que toma partido; pero exhibe todas las pruebas de cargo que ha acumulado brillante y frenéticamente a lo largo de una vida estudiosa que, desde luego, fue dirigida por el ideal de reivindicación social de los vencidos, derrotados y negados de la historia mexicana, y no por un burocratismo académico de neutralidad conceptual, pragmática o estadística.
Pocas veces en los tiempos modernos se ha escrito con tanto sentimiento y sabiduría la historia antigua de México desde una perspectiva clara y combativa: para Bonfil no hay indios de mitos y museos, hay la epopeya cotidiana de la invención de la agricultura, del maíz y de las chinampas, y la creación de una civilización verde y humana en Mesoamérica.
Las hazañas que exhibe la milenaria civilización mesoamericana muestra trofeos agrícolas, que no podrán ser negados ni a fines del siglo XX: milpa, frijol, chiles, calabaza, cacao, jitomate, tabaco, aguacate, algodón, alegría, maguey, nopal. "Apenas hay paisaje virgen en México. Siempre se encuentran rastros del quehacer humano."
Asimismo proliferan las hazañas de supervivencia cultural y étnica: apenas hay paisaje humano en el que no asome el rostro indígena, ni rasgo cultural en el que no se perfilen contribuciones indias, que se cuelan en todos los estratos, en todos los sectores, en todas las etapas de la modernización nacional.
Y en ninguna parte del rostro nacional escapan ni la historia secular de la destrucción de los indios, sin equiparable entre las catástrofes de las civilizaciones, ni el igualmente portentoso impulso hacia la supervivencia, cuando se adaptaron a la situación de conquista y coloniaje, y lograron salvar mucha parte de sus tradiciones con ellos mismos, en circunstancias que se dirían imposibles, y modificaron el modo de ser de los dominadores. Sus logros: impusieron su supervivencia y su presencia, hasta el día de hoy. Todos estos asuntos repasados y recuperados con pasión, erudición y hermosa vitalidad en los escritos de Guillermo Bonfil Batalla.

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Sin embargo, en el ritmo precipitado y apasionado de México profundo, encontramos contradicciones desgarradas. Por un lado, por ejemplo, la denuncia del etnocidio, de la desindianización de México, hasta llegar a considerar al mestizaje --durante más de siglo y medio la gran doctrina humanista de nuestro pensamiento liberal-- menos una conciliación de razas que un saqueo, un despojo étnico. "La desindianización no es un resultado del mestizaje biológico, sino de la acción de fuerzas etnocidas que terminan por impedir la continuidad histórica de un pueblo como unidad social y culturalmente diferenciada".
Ese proceso etnocida parece acrecentarse con el paso del tiempo, de los conquistadores y los frailes a la industrialización neocolonialista. Sin embargo, ante la denuncia apocalíptica de este proceso, Bonfil encuentra respuestas afirmativas, como la de los millones de indios "que lo son sin saberlo".
Bonfil señala que la definición del indio la han hecho los blancos y los mestizos, de modo que resulta difícil definirlos desde ellos mismos, que no se consideran dentro de tal entidad, sino diferenciados en sus identidades de etnias particulares. Si se considera como indio real, "reconocido", al que pertenece a una colectividad organizada con una tradición histórica que le permita ser maya, purépecha o huasteco, por ejemplo, calcula una población actual indígena de cerca de los 10 millones (otros etnólogos apuntan sólo la mitad), que hablan 56 lenguas, lo que desde luego representa una impresionante cifra de supervivencia después de cinco siglos de etnocidio.
Pero Bonfil cree que hay más indios, indios que lo son sin saberlo, que se han olvidado de que lo son, que podrían reindianizarse. No me gusta este concepto de indios anónimos, de indios que no saben que lo son; me parece una definición demasiado privativa del indio: el mexicano que no es suficientemente occidental, pero que ya perdió a lo largo de opresiones, marginaciones, migraciones su raíz india. Acaso a los propios indios de hoy tampoco les guste, y quieran para sí una definición afirmativa: indios reales son los que guardan, más allá de el aspecto físico (que ya heredamos todos) y de usos que igualmente compartimos ya todos los sectores de la sociedad mexicana, las fundamentales tradiciones distintivas, la lengua, la conciencia, los ritos, la liga con la colectividad, la práctica clara de una identidad étnica. No creo que baste ser moreno, comer tortillas y adolecer de escasa modernidad para considerarse indio, aun "indio que no sabe que lo es"; al indio lo define la presencia de sus características, no la ausencia de las características del blanco o del mestizo en tal o cual persona.
Yo creo que hay millones de mexicanos nuevos, mexicanos "nepantla", que no alcanzaron los modelos modernizadores, pero que ya perdieron para no volver los antiguos; que abundan en las ciudades y que buscan su propia cultura, ya no indígena, e insuficientemente occidental; ellos también --nosotros-- que forman parte de la pluralidad de la nación como sujetos nuevos, diferentes, contemporáneos de la historia actual de México. ¿Mexicanos imaginarios? Tal vez: pero se van --nos vamos-- volviendo profundos en la vida diaria con mucha rapidez, en un modo de vida popular no indígena, semiindustrial, semiurbano, que representa una aventura civilizatoria nueva.
Bonfil piensa mucho en la vieja oposición entre indios y colonos. Sumamos muchos millones, desde hace mucho tiempo, los mexicanos descendientes de ambos grupos, que ya no somos ni lo uno ni lo otro, sino sujetos nuevos con una nueva historia, que debe mucho a unos y a otros, especialmente a los indios.

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El pensamiento de Bonfil se expresa en argumentos apretados como versículos, como impugnaciones de los Tratados de Las Casas, claros como refranes, redondos como cifras. ¿Son siempre verídicos? ¿No hay espejismos de la argumentación, del voluntarismo, de la generosidad, del dolor histórico? ¿No hay deseos en traje de verdades? El lector, asombrado y entusiasta debe preguntarse, oponiéndose autocríticamente a su propio asombro, a su propio entusiasmo: ¿no estará Bonfil llevando la polémica, los conceptos, los énfasis, demasiado lejos?
No recuerdo en el pasado reciente de México muchos libros tan llenos de vida y de furor; de ganas de asir y de morder la verdad histórica y actual del país. No son muchos los casos de generosidad y audacia intelectuales semejantes.
Si sólo se considera el valor de tábano ético e histórico del pensamiento de Guillermo Bonfil Batalla en la conciencia nacional, especialmente en la que se refiere a los indios y a la vida popular, a los hechos y los usos de las muchedumbres mexicanas, tenemos suficiente para considerarlo un clásico. Pero desde luego, sus dones son mayores y más amplios. En él refulgen vivos, enriquecedores, nuestras llagas y nuestros ideales históricos.

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¿Realmente nos hemos occidentalizado, o nos hemos contentado varias veces a lo largo de la historia de México con imaginarnos que, ahora sí, nos occidentalizábamos? ¿De veras hemos hecho --españoles, criollos, mestizos; novohispanos, liberales, norteamericanizados-- un país occidental en el mapa de México, o sólo un delirio, un "México imaginario"? Yo creo que las más de las veces nomás nos hemos hecho tontos.
Bonfil cree que hemos creado una cultura esquizofrénica: una minoría blanca y luego mestiza se ha creído heredera de la civilización occidental sin ver los resultados reales, y a través de esta mirada distorsionada de colonos pretende en vano que funcione bien un país occidental que no existe, que es imaginario: distorsión o delirio de la minoría dirigente: "Lo que se ha propuesto como cultura nacional en los diversos momentos de la historia mexicana puede entenderse como una aspiración permanente por dejar de ser lo que somos. Ha sido siempre un proyecto cultural que niega la realidad histórica de la formación social mexicana y, por lo tanto, no admite la posibilidad de construir el futuro a partir de esa realidad. Es un proyecto sustitutivo, en todos los casos; el futuro está en otra parte, en cualquier otra parte, menos aquí mismo, en esa realidad concreta... la mayoría de los mexicanos sólo tiene futuro a condición de que dejen de ser ellos mismos".
Con tonos dignos de profeta fustigador Bonfil arremete contra las minorías dominantes y las clases medias que se glorifican de despreciar lo indio e imaginarse, ilusamente, afinidades electivas con los blancos europeos y norteamericanos que, desde luego, no son correspondidas:
"Las clases medias se caracterizan por un profundo desarraigo cultural. Hay una voluntad de renuncia a lo que se vivía hasta hace pocos lustros y una endeble, desarticulada recomposición de la vida actual. El espacio hogareño no se organiza según necesidades y gustos propios: se compra o se arrienda entre la oferta en serie, se amuebla de acuerdo con la propaganda al alcance, se adorna con gusto 'charro'. Lo único importante es que no se confunda con una habitación popular y para eso están los sillones con imitación de terciopelo, la televisión de color en el centro, los electrodomésticos visibles y los inverosísimiles cromos en las paredes".

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El México Imaginario o Esquizofrénico consiste en este pueblo que sin perder reales condiciones de pobreza se traviste de clase media, con cualquier baratija lustrosa, y de este pueblo mestizo (con un mestizaje mucho más cercano, a veces indiferenciable físicamente, al rostro indígena) que con recursos de Beauty Parlor trata de agüerarse; en ambos casos, una fuga imaginaria de lo tradicional y de lo indígena hacia quimeras modernizadoras que son muchas veces más imágenes de la publicidad que ofertas de otra civilización. "Cualquiera de estas fotografías --habla de los ricos y poderosos que aparecieron en 1980 en el número arrogante de Town & Country, que a mi vez comento en Un chavo bien helado-- podría ser la síntesis extrema de la esquizofrenia colonial en que vivimos".
Quizás no todos los aspectos modernos sean tan cursis ni tan autoparódicas denuncias del México Imaginario como ésta de las minorías mexicanas colonizadas; 500 años de modernizaciones son muchos, hay en la pluralidad nacional sujetos nuevos, producto de migraciones y de la propia experiencia de blancos y mestizos, que añaden sus propios signos y caminos al rostro plural de la nación actual. ¿Esos sujetos nuevos, continuarán --continuaremos-- como sus antecesores la guerra cultural contra el indio?
"He intentado trazar, dice Bonfil, la crónica del desastre y el memorial de la ignominia. Crónica del desastre por cuanto la quiebra actual de las ilusiones acariciadas por el México imaginario no es un mero tropiezo atribuible a circunstancias externas, sino el resultado inevitable de una larga historia de empecinamiento en el propósito de substituir la realidad de México por otra torpemente imitada según modelos de occidente. Memorial de la ignominia, porque es indispensabe ver y entender la historia desde el otro lado, en el que están los pueblos que han vivido la violencia cotidiana, la explotación, el desprecio, la exclusión; los pueblos a los que se ha tratado de someter a un proyecto de civilización que ni es el suyo ni los admite. El memorial de esta historia, aquí apenas esbozado, es un elemento de contraste indispensable para equilibrar la visión de todos sobre México; es la otra pierna sin la cual no podríamos emprender la marcha por ningún camino".
Y en efecto, tal fue la vocación como escritor de Guillermo Bonfil Batalla: redescubrir los agravios, tallar con ellos los ojos dormidos de los verdugos y sus herederos, y de los grupos cómplices que se pretenden --nos pretendemos-- inocentes; no hay inocentes en su memorial ni en su crónica, es una historia demasiado sangrienta para dejar almas inmaculadas; su México Profundo alza la culpa de la crueldad y la negación que México ha tenido contra los indios, sin ánimo de avivar rencores, pero con la proposición de acabar con el conflicto de quinientos años: de resolvernos a ser un país plural, multiétnico, pluricultural, con respeto a todas las tradiciones e innovaciones de los grupos e individuos que lo habitan... y con un mucho mayor respeto, desde luego, por los indios que lo han habitado y construido en situaciones tan difíciles durante muchísimo más tiempo que cualquier otro grupo. Una nueva negación modernizadora del México indio, en opinión de Bonfil, equivaldría a una ratificación a nuestro destino, ya tan confirmado, de no-pueblo, no-nación, no-realidad: pura esquizofrenia; en cambio, dice, "la adopción de un proyecto pluralista, en que se reconozca la vigencia del proyecto civilizatorio mesoamericano, nos hará querer ser lo que realmente somos y queremos ser: un país que persigue sus propios objetivos, que tiene sus propias metas derivadas de su historia profunda".

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Aunque insisto: hay nuevos sujetos de la nación, masas populares herederas de los indios, pero que ya tienen más raíz en la ciudad moderna que en la colectividad étnica; ciudades y pueblos nuevos, colonias y calles casi acababas de establecer, y millones de mexicanos que afirman que las décadas recientes, de fallida modernización si se quiere, también son una historia profunda, semioccidentalizada y todo, que también reclama algunos derechos culturales.
Millones de mexicanos que no son indios "que se han olvidado de que lo son", sino semimodernos protagonistas del México de hoy, que han heredado rasgos físicos y culturales de sus ancestros, pero que ya no pertenecen fundamentalmente a esa "civilización", sino a la nueva, deficiente y todo, que es la que vino a tocarles.
Estos muchos mexicanos aspiran a una sociedad realmente plural, al lado de los indios desde luego, pero probablemente no sometidos al ancestral "proyecto civilizatorio mesoamericano" de Bonfil, sino más bien al proyecto moderno (con sus correcciones indias, desde luego, de la tortilla a la Virgen de Guadalupe), que madrastra y todo ha sido precisamente el suyo --el nuestro-- en tiempos recientes.

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Yo creo que Guillermo Bonfil Batalla era un hombre moderno que decidió olvidarse de que lo era y tomó el partido de la civilización ancestral, ante el horror y la fealdad de la modernización mexicana, de su crueldad y de su tontería; creo que decidió que su tiempo era el de la justicia, que su México Profundo es el país radical de la justicia al México indio. Ojalá que ese profundo tiempo moral de Guillermo se incorpore a nuestra tan inevitable como imposible modernidad.
No creo que podamos elegir ahora ser intempestivamente antiguos, pero sí podríamos elegir seguir siendo injustos, crueles, racistas, tontos y vulgares con el país y con nosotros mismos, según la irrebatible historia del México Imaginario. Guillermo Bonfil Batalla nos muestra su visión del camino hacia un México de justicia esencial. (1992)

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