La peluquería no es un buen sitio para pacifistas ni para liberales,
diría Flannery O’Connor. Armados de navajas y tijeras contra sus pobres
parroquianos enjabonados y enmantelados, inmovilizados sobre el sillón
reclinable como en un quirófano, los barberos pontifican en torno a asuntos
terribles. Frecuento la
Peluquería del Amor de Dios. Ayer hablaban de doña Marta
Sahagún de Fox y del feminismo.
–Que no nos salgan las
feministas con la Madame
Curie ésa ni con sor Juana Inés de la Cruz. Las féminas realmente
existentes, realmente beligerantes en México, son sólo doña Elba Esther
Gordillo, doña Rosario Robles y doña Marta Sahagún de Fox. Ellas resultan la
coronación lógica del feminismo mexicano, como Stalin lo fue del comunismo
soviético.
Hay un extraño placer en
carcajearse cuando la navaja del peluquero nos roza el cogote.
Seguramente en los salones de belleza dirán
que la coronación lógica del machismo, que los varones realmente existentes,
realmente beligerantes en México fueron don Carlos Salinas, don Vicente Fox y
don Orlando Magaña, el “Chacal de Tlalpan”.
Al barbero de la Peluquería del Amor de
Dios lo aterran doña Elba Esther Gordillo, doña Rosario Robles y doña Marta
Sahagún de Fox, porque creció en vecindades y novenarios y conoce la prepotencia
de las cacicas iluminadas, sobre todo cuando invocan a Dios, la Familia y la Patria. Todas las
cacicas son terribles.
Y milagrosas. Desde que Brozo dispone de un
noticiero en la tele, nuestro barbero ha depurado sus gustos y ya no lee La Jornada , diario
dirigido por una dama parsimoniosa, doña Carmen Lira, dedicado de tiempo
completo a linchar especialmente a otras mujeres, como doña Elba Esther
Gordillo.
El milagro –mucho mayor que cuantos pudieran
prodigar san Juan Diego y san Judas Tadeo–, está en que hasta hace poco tiempo,
y durante muchos años, precisamente en ese periódico dirigido por tal digamos
égida, destacaba una fémina intelectual, editorialista de planta, contumaz y
sistemática, que se firmaba precisamente doña Elba Esther Gordillo, y cuyas
espesas, pedantescas y pontificales peroratas aparecían muy destacadas cada
semana. Fue durante más de un lustro la intelectual orgánica de ese periódico:
Elba Esther Gramscillo.
-¿Cómo ocurrió que La Jornada admitió
primero, reverente, a tal enjundiosa “intelectual de izquierda”, desde luego
incapaz de redactar tales digamos artículos, y luego se ha dedicado a
perseguirla como a las brujas de Salem? ¿Ha dejado doña Elba Esther de
privilegiar a “su” periódico de tantos años con los generosos fondos del SNTE?
–Los barberos de la
Peluquería del Amor de Dios evacuan preguntas muy
inoportunas.
A veces, sin embargo, las cacicas se
reconcilian. A principios del sexenio de Fox se perseguía en ese ya no leído
diario a doña Sari Bermúdez, que porque eso de “Sari” era una cursilería
inadmisible para feministas de izquierda (digamos: como si la periodista Lira
se atreviera a firmarse “Carmeli”), y sólo se la voceaba como doña Sara
Guadalupe Bermúdez, según rezaba su documentada credencial de electora; y se sacaban
a relucir todos los días sus (desde luego inolvidables) pifias periodísticas en
adulación de doña Marta Sahagún. Ahora vuelve a ser la bientratada pontífice
cultural Sari Bermúdez. ¿“Carmeli” ya le tolera el “Sari”? Abracadabra: ¿Fondos
del CONACULTA?
Mi peluquero tampoco comprende mucho la
histeria que recorrió la ciudad a partir del asesinato de toda una familia,
sirvientas y visitas (subtotal: 7 cadáveres al pastor) en Tlalpan. Siempre han
ocurrido semejantes horrores, dice. Lo asombroso es que no se presenten más a
menudo.
-Póngase usted a caminar durante una hora, a
ver cuántos policías encuentra disponibles por la calle. O a ver cuántas
patrullas están prestas a atender a un quejoso. Cualquiera podría ponerse a
matar a cuanta gente quisiera, sin ton ni son, y a ver quién lo detiene. No hay
que admirarse de las malas aventuras que puedan ocurrirle a uno fuera (o
dentro) de casa, sino de que no le ocurran todo el tiempo, a toda hora.
Hay quien sospecha que detrás de toda
noticia terrorífica se esconde una mentalidad privilegiadamente sádica,
mefistofélica: los genios del mal. Pero mi peluquero sabe más: con mucha
frecuencia las mayores maldades son simples productos banales de la estupidez y
de la cobardía. Hanna Arendt dixit.
A veces quien mata a muchos y con
escandalosa saña es que no sabe delinquir “técnicamente”, como todo un acróbata
o prestidigitador del bandolerismo. Si contásemos con una buena policía no les
quedaría otro recurso a los delincuentes que perfeccionar sus técnicas, y
volverse Flambeau, Fantomas o Rififí, para eludir a eficaces gendarmes y sabios
detectives; con la policía burda y chilapastrosa que tenemos les basta
drogarse, emborracharse o envalentonarse, y agarrar un bat, un puñal o una
pistola. Y ya estuvo. Se garantiza el 98 por ciento de impunidad.
El asaltante estúpido mata a batazos a todas
sus víctimas amarradas, acaso amordazadas, porque no supo ni pudo asaltarlas de
otro modo; y por cobardía: para que no vayan a acusarlo ni a vengarse. El final
tiro de gracia es nomás una rúbrica pretenciosa para darse taco, para firmar su
hazaña como todo un sicario de narcotraficantes, el oficio más codiciado por
nuestro desempleo.
Todas las peluquerías me parecen enciclopédicas. Parte de
la sesión pudiera dedicarse a discutir las ortodoncias, endodoncias y
odontologías de doña Marta Sahagún de Fox: ¿Cómo es posible que a toda una
Primera Dama le hayan empotrado una dentadura tan desproporcionada, intrusiva,
abusiva y protuberante, que se resuelve en una dicción seseadora aniñada, de risa
loca?
El pobre parroquiano no puede impedir que el
tenaz peluquero maniobre con su intimidante navaja sobre el cogote, a la vez
que pontifica de doñas, doños (que los hay) y asesinos.
-Para como vamos –vuelve a fulgurar su
navaja sobre mi cogote– alguien torvo e idiota nos asesinará a todos con saña
en poco tiempo. Váyase a confesar hoy mismo. Y nos asesinará “vivitos”, no le
quepa a usted la menor duda. ¿O qué pretende? ¿Que nos sede con diazepam,
misericordioso, antes de tundirnos a batazos?
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