MARTIN
DU GARD Y LOS THIBAULT
Por José Joaquín Blanco
Roger Martin du Gard (1881-1958) es un misterioso emblema de injusticia
literaria. Obtuvo sorpresivamente el Premio Nobel en 1937 por su serie,
entonces aún inconclusa, de ocho novelas, congregadas en el título general Los
Thibault, que ahora casi nadie recuerda: novelas-reportaje de un realismo
atroz, sobre la vida francesa a principios del siglo veinte, que denuncian el
militarismo, la guerra, la derecha cavernaria, la izquierda oportunista; las
hipocresías de la familia, el patriotismo, la religión y aun la ciencia
(concluye defendiendo la muerte asistida para los enfermos terminales, contra
la religión, la legalidad y la tradicional “ética médica humanista”).
Hubo cierto oportunismo político e incluso
cierta extravagancia cultural en tal galardón al escritor antimilitarista (eran
los años de Hitler), súbitamente encumbrado por la Academia Sueca que
ignoró a Proust, a Joyce, a Rilke, a Claudel, a Valéry, a Forster, a Sherwood
Anderson, a Auden... como los hay en el espeso olvido que se arrojó
inmediatamente después sobre esas novelas, sin duda magníficas, que siguen
siendo explosivas en el siglo veintiuno (el asunto del epílogo es la detallada
denuncia de un arma química: el gas mostaza).
No se habla de Roger Martin du Gard en
México, a pesar de que precisamente aquí se publicaron, en 1962 –¡eran otros
tiempos!-, en dos gruesos tomos y tiraje de siete mil ejemplares cada uno, sus Obras
completas (Editorial Aguilar), con la excelente traducción de Los
Thibault por Félix Caballero.
Dijo al recibir el Premio Nobel el 10 de
diciembre de 1937: “En estos meses de angustia que todos vivimos; cuando ya la
sangre empieza a brotar por ambos extremos del globo; cuando ya, por todas
partes, en un ambiente viciado por la miseria y el fanatismo, están fermentando
las pasiones en torno a los cañones que se apuntan sobre sus objetivos; cuando
ya un crecido número de indicios nos revela el retorno de aquel cobarde
fatalismo, de aquel consentimiento general sin el cual las guerras serían
imposibles; en estos momentos excepcionalmente graves que atraviesa la
humanidad, deseo –sin vanidad, pero con el corazón entero comido de zozobra-,
que mis libros sobre El verano de 1914 (penúltima novela de Los
Thibault, que trata de los meses anteriores a la Primera Guerra
Mundial), sean leídos, discutidos y que recuerden a todos, tanto a los viejos
que ya la han olvidado como a los jóvenes que la ignoran o la desprecian, la
patética lección del pasado”.
Los Thibault (novela-río no en balde
sucesora de las sagas de Balzac, Tolstoi y Zola) representan un ejemplo cumbre
de realismo crítico, implacablemente agrio (novelas escritas para no
gustar), o un antecesor luminoso del pardo New Journalism. La realidad
entera, documentada y analizada al destalle, a través de las vicisitudes de los
dos hermanos Thibault (el sensato Antoine y el místico Jacques; el burgués y el
revolucionario) sacrificados en plena juventud por esa guerra.
O de novelas-crónicas: una de ellas,
titulada La Consulta ,
asombra por la osadía de su trama, que no es otra que un simple día en la
agenda de un médico (cada enfermo es un mundo, y la gran duda sobre qué debe
hacer el médico en la agonía de los enfermos terminales).
La más célebre (oscura celebridad), La
muerte del padre -una de las sátiras más ásperas contra la hipocresía de la
institución familiar-, resulta casi repugnante en su registro de una agonía
durante la cual los médicos más parecen atormentar que ayudar al enfermo.
Salvo la Academia Sueca (hay
premios que matan), tampoco en vida Roger Martin du Gard encontró muchos
admiradores renombrados. Carecía de glamour (denuncia como llaga la Francia de la Belle Époque
que Proust idealiza y mitifica) y aun de modernidad. En los años de las
vanguardias artísticas, este novelista se asumió como reportero y retomó el
realismo del siglo diecinueve. Sólo lo apoyaba André Gide. Pero ya anticipaba
el existencialismo y la denuncia de una vida convertida en El Absurdo por la
codiciosa y sanguinaria modernidad.
Albert Camus observó que Martin du Gard “no ha pensado
nunca que la provocación pudiera ser un método en el arte. El hombre y la obra
se han forjado con un mismo y paciente esfuerzo, en el retraimiento. Martin du
Gard es el ejemplo, bastante raro en definitiva, de uno de nuestros grandes
escritores cuyo número de teléfono no conoce nadie... el Premio Nobel le ha
favorecido, me atrevería a decir, con una noche suplementaria”.
Los Thibault no impidieron,
desde luego, la Segunda
Guerra Mundial. Durante las semanas pasadas, huyendo de los
noticieros y de los reality shows, me sumergí en esas ocho pesadas,
agrias, ásperas, tremendas novelas: los atroces comienzos del siglo veinte que
narran se parecen muchísimo a los del siglo veintiuno. Nada más actual que el
pasado.
Sólo la pluma resulta por supuesto mucho
mejor, pues, como decía también Camus, “en la época en que Martin du Gard hacía
sus primeras armas literarias, se entraba en la literatura (la historia del
grupo de la Nouvelle
Revue Française lo muestra claramente) un poco como
se entra en religión. Hoy se entra en ella, o al menos se finge entrar, como en
plan de burla; sólo que se trata de una burla patética, que para algunos puede
tener su eficacia. De cualquier modo, para Martin du Gard la seriedad de la
literatura no tenía vuelta de hoja”.
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