MÁS RAZONES DA EL PULQUE
Quien quiera creerle a Fernando de Alva Ixtlixóchitl -cosa poco
recomendable, pues la venalidad y las mentiras intencionadas de este
historiador, son más que evidentes- pensará que entre los antiguos mexicanos no
había peor crimen que la borrachera, que podía incluso ser penada con la
muerte. El código de Nezahualcóyotl le
pareció a Clavijero (Historia antigua de México) uno de los más
sanguinarios del mundo.
Todos los frailes
cronistas hablan de una edad de oro del antialcoholismo, antes de la llegada de
los conquistadores, en la que a nadie se le pasaban los pulques; es más, en la
que sólo se consumía el pulque en cantidades microscópicas y en celebraciones muy
especiales, salvo como medicina o reconstituyente para los ancianos. ¿Tanto
escándalo entonces por la invención del pulque, una bebida que no se
bebía?
Bueno: no toda la historia
antigua de México es azteca, nación que con sus aliadas se sometió a tal
disciplina guerrera que, en efecto, parece congruente que se penaran con
severidad los vicios impropios del guerrero. Los cronistas soldados de las
guerras de conquista no vieron muchas borracheras entre los indios
combatientes, antes de su derrota.
El caso es que se dice que
no había embriaguez antes de la conquista, y que después de ella todo fue una
continua borrachera de los indios: bebían para soportar la explotación, para
morirse, para matar, para...
Motolinía pone la voz de
alarma (Memoriales). Vencidos con
relativa facilidad Huitzilopochtli, Tláloc, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, un
antiguo dios menor se convertía en el ídolo indígena insumiso, Ometochtli, el
dios del pulque.
Se apareció en Tlaxcala,
en la persona de uno de sus sacerdotes, que se atrevió a predicar y a hacer
ritos en pleno tianguis, y a amenazar de muerte a los niños indios
cristianizados, por haber abandonado a sus propios dioses y rendir culto
traidor a la extranjera santa María.
Los niños indios
cristianizados -que habían sido secuestrados por la fuerza, y recluidos en
monasterios donde se les aleccionaba y formaba como futuros caciques o
gobernadores de indios- se indignaron y, llenos de antialcohólico cristianismo
(una religión del vino, desde luego), lo mataron a pedradas entre todos:
Uno de ellos “tirole con
la piedra, y luego acudieron todos los otros; y aunque a el principio el
demonio hacía rostro, como cargaron tantos muchachos comenzó a huir, y los
niños con gran grita iban tras él tirándole piedras, y íbaseles por los pies;
mas permitiéndolo Dios y mereciéndolo sus pecados, estropezó y cayó, y no hubo
caído cuando le tenían muerto y cubierto de piedras, y ellos muy regocijados
decían: ‘matamos al diablo que nos quería matar. Ahora verán los macehuales
(que es la gente común) como éste no era dios sino mentiroso, y Dios y santa
María muy buenos’” (Motolinía).
Los frailes hubieran
querido exterminar el pulque, pero ¿qué otra cosa les hubiera quedado a los
indios? ¿Sin pulque, con qué habrían alimentado a los peones de las minas, los
campos de cultivo, las construcciones de casonas y conventos? Y por lo demás, era buen negocio y dejaba
muchos impuestos. El pulque fue creador de oligarquías criollas hasta bien
entrado nuestro siglo, y el ramo más generoso de los ingresos del Estado. Sólo
se le prohibía (apenas unas semanas) en períodos de suma agitación. Es el
triste antecedente de nuestra “ley seca” en los días de informe o desfile.
Así, en junio de 1692,
cuando a causa de la pésima administración virreinal y de malas cosechas, el
precio del trigo y del maíz se fue a las nubes, y el pueblo llano de todas las
razas y castas se amotinó en la plaza mayor, Carlos de Sigüenza y Góngora (Motín
y alboroto de México en 1692) lanzó su teoría de que las revoluciones
populares mexicanas no tenían otro origen que el pulque. ¿La rebelión, cosa de pobres, de humillados,
de explotados, de ofendidos? No: pura
cosa del pulque.
Dice que el grito de los
amotinados era “¡Mueran los españoles! ¡Viva el pulque!” Los peligros del pulque consistían no sólo en
a] calentar el odio de los indios y el pueblo llano contra los españoles, ni en
b] insolentarlos, sino además en c] agruparlos y conjurarlos en torno a la
borrachera popular, como gran escuela de conjuradores, y sobre todo en d] afirmarlos
en tal desprecio por la propia vida que, tambaleantes, enseñaban las barrigas a
los soldados del virrey y los retaban a que dispararan. Tales eran las cuatro
razones del pulque:
“¿Quién podrá decir con
toda la verdad los discursos en que gastarían los indios toda la noche? Creo que instigándolos las indias y
calentándoles el pulque, sería el primero quitarle la vida, luego al día
siguiente, al virrey; quemarle el palacio sería el segundo; hacerse señores de
la ciudad y robarlo todo, y quizá otras peores iniquidades, los consiguientes,
y esto, sin tener otras armas para conseguir tan disparatada y monstruosa
empresa, sino las del desprecio de su propia vida, que les da el pulque... Como
nunca (entrando el tiempo de su gentilidad) llegó la borrachera de los indios a
mayor exceso y disolución que en aquestos tiempos en que, con pretexto de lo
que contribuyen al rey nuestro señor los que lo conducen, abunda más el pulque
en México, en un solo día, que en un año entero cuando lo gobernaban idólatras.
Al respecto de su abundancia, no había
rincón, muy mal he dicho, no había calles ni plaza pública en toda ella, donde,
con descaro y con desvergüenza, no se le sacrificasen al demonio más almas con
este vicio, que cuerpos se le ofrecieron en sus templos gentílicos en los
pasados tiempos... Desde el instante mismo que se principió el tumulto,
inspirados quizá del Cielo, levantaron todos el grito: ‘¡Éste es el
pulque!’...”
Semejantes descripciones
encontramos en las crónicas y relatos de la Revolución Mexicana.
José Juan Tablada cantó a nuestro patriotismo, con una novedosa y pulquera
explicación de los colores nacionales:
“Creo que se me han subido
los colores
de mole verde, de
tlachique y vino.
¡Viva la patria! ¡Mueran
los traidores!
¡Qué vacilón, compadre
Ceferino!”
Todos los moralistas
novohispanos vociferan contra el pulque. Pero desde los primeros frailes hasta
los científicos borbónicos hablan con asombro y devoción de la maravilla de los
pobres, el maguey. Planta que crece en la esterilidad a bajo costo y con poca
industria, y sirve como alimento, licor, ropa, leña, tejas y medicina.
El sabio dieciochesco José
Ignacio Bartolache (“Historia del pulque”) encuentra grandes beneficios de todo
tipo, y sólo critica la adulteración y el descuido en su comercio urbano --en
los ranchos se bebía pulque limpio--, que lo vuelve insalubre, y su mal olor
(sólo hasta nuestro siglo encontramos en el pulque el caldo de cultivo de
amibas y demás demonios gastrointestinales: así, Ometochtli no fue vencido por
Cristo ni por el rey de España, sino por las campañas de la Secretaría de Salud, el
Instituto Mexicano del Seguro Social, el Instituto Nacional de Nutrición, la
cerveza Corona, el ron Bacardí, el brandy Presidente y gran variedad de marcas
de tequila...)
Uno de los mayores poetas
novohispanos, Francisco de Castro, dedicó sus versos más sentidos de La
octava maravilla al maguey, la planta de la Virgen de Guadalupe, pues
del maguey surgió la tela de su imagen. El maguey es indomable al mal clima:
“dura al sol, dura al agua, dura al hielo”; defiende su dulce corazón con
pencas más afiladas que lanzas: “Su corazón lo diga alado a pencas/ de agudas
arcas más que las flamencas.” Y ofrece mil y un beneficios: tres licores o
potables: aguamiel, pulque y mezcal; materia para papel y tela, para leña,
etcétera:
“Tres potables le brinda:
uno, es el vino
que -cuando la alquitara
le resuelve-
sabe correr por
aguardiente fino;
su castigada hoja, en
hebras vuelve
hilo, si no de asiento, de
camino;
de afán y frío en el hogar
absuelve:
y al fin, sobre otros mil
usos, al dueño
sirve de vino, agua, dulce
y leño.”
Algo extraño debe haber
entre el maguey y la Virgen ,
una relación tan querida para los indios como sospechosa para los teólogos. ¿No
estaremos frente a una Virgen del Pulque?
Sahagún denunció que los indios ocultaban sus ídolos tras nombres y
figuras españolas: detrás de san Juan guiñaba a los indios Tezcatlipoca, y
detrás de Guadalupe los consolaba la Tonantzin.
¿Sólo la Tonantzin ?
¿No concurría también una personificación femenina de Ometochtli?
Uno de los más peligrosos
enemigos de la tradición guadalupana, quien con el aparente fin de defenderla
minó los argumentos devotos con que se la entronizaba, Bartolache, encuentra en
la Virgen del
Tepeyac a una deidad del pulque (1772). Analiza la imagen de la Virgen de Guadalupe:
“Es el caso que notando
con atención la figura que hacen las pencas del maguey, advertí luego, con no
poca sorpresa y admiración, ser muy semejante a la de aquel campo, nube o
nicho, en que rematan los rayos dorados del sol que rodea a la divina imagen
guadalupana. De suerte que quien quisiere figurarse los contornos de dicho
campo, no tiene más que suponer una penca truncada una parte por la espina e
invertida punta abajo como si se suspendiese de donde nace el tallo. Y no dudo
que pudiera colocarse el dibujo de esta santa imagen materialmente dentro de
una gran penca, apresándola para que se redujese a un plano: y entonces los
contornos del lienzo quedarían semejantísimos a los originales”.
Nuestra Señora del
Aguamiel, sonriendo a sus devotos desde el tierno corazón de los magueyes. En
las crónicas de Clavijero y Veytia de las festividades guadalupanas, sabemos
que ya en el siglo XVIII, por lo menos, la muchedumbre que iba al santuario el
12 de diciembre celebraba el santo de la Virgen con abundante pulquiza.
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